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Después de haberse acabado la vida con sus esfuerzos en pró del bien espiritual de la humanidad, había convertido su manera de morir en una especie de parábola viviente, con objeto de imprimir en la mente de sus admiradores la poderosa y triste enseñanza de que, comparados con la Infinita Pureza, todos somos igualmente pecadores; para enseñarles también que el más inmaculado entre nosotros, sólo ha podido elevarse sobre sus semejantes lo necesario para discernir con mayor claridad la misericordia que nos contempla desde las alturas, y repudiar más absolutamente el fantasma del mérito humano que dirige sus miradas hacia arriba.

El cura se hacía cargo y cuidaba principalmente de las temporalidades, y daba al compañero el cargo el cargo de lo espiritual, sujetándolo en todo a sus disposiciones; y como ya dejo dicho del modo que se gobernaban en lo temporal, diré lo que alcanzo del que practicaban en lo espiritual.

Una semana después la hija de Körner cantaba al piano una sentimental canción, un lieder titulado Vergiesmeinicht, «no me olvides», que no era el de Goëthe, sino mucho más meloso; y al dedicárselo, con la mirada expresiva y los gestos lánguidos, al administrador de las plateadas patillas, le dejaba para siempre rendido a sus encantos y le hacía copartícipe de aquellos sentimientos de sensucht, que él, Nepomuceno, no sospechaba que existieran. Por aquellos días tuvo D. Juan ocasión de enterarse de quién era Fausto, y del pacto que había hecho con el demonio; y adquirió la noción de Margarita, rubia, pobremente vestida, con los ojos humillados y con un cántaro debajo del brazo, camino de la fuente. Margarita era su Marta, aquella señorita tan gruesa, tan blanca, tan fina de cutis y tan espiritual, que le había revelado en pocas horas un mundo nuevo: el de los amores reconcentrados y poéticos.

Don Antero... usted también... por aquí... Me alegro... así... podrá usted dar fe pública... como escribano... espiritual... digámoslo así... de esto que digo... y es todo mi testamento: que muero, yo, Santos Barinaga... por falta de líquidos suficientemente... alcohólicos... que muero... de... eso... que llama el señor médico.... Colasa... o Colás... segundo.... Se detuvo, la tos le sofocaba.

La otra potencia de que se valía doña Inés, sin estudio, espontánea y sencillamente para blanquear y hasta para dorar la tenebrosa negrura de su concepto schopenhaueriano del mundo, era el sentimiento vivísimo y atinado, fuente inexhausta de puros deleites, con que percibía su alma toda belleza, tanto espiritual cuanto corpórea. Llamar a esto buen gusto me parece poco.

Así caen destrozados entre la indiferencia los bravos paladines de la bohemia. Su fiera independencia espiritual, su altivo individualismo es la causa del doliente remate de esas vidas. Carecen de habilidad, de condiciones de mercader para administrar su talento. Producen bien o mal, por el gusto de hacer algo bello, por el anhelo de su alma de derramar lo que llevan dentro.

Por el contrario, era una aldea situada en la rica llanura central del país que nos complacemos en llamar la Alegre Inglaterra, en la que había granjas que, consideradas del punto de vista espiritual, pagaban al clero diezmos muy deseables.

Y finalmente, la mujer, la hija y esclava espiritual del confesor el secular intruso en el hogar católico suegro suplementario en el matrimonio religioso, recuperando su personalidad, se incorpora, ella también, al movimiento emancipador de la raza humana subyugada por la Iglesia divina.

2 y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar; 3 y todos comieron la misma vianda espiritual; 4 y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la Piedra espiritual que los seguía, y la Piedra era el Cristo. 5 Mas de muchos de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto.

Las cinco horas que empleamos hasta llegar a Manzanos fueron para tristes, a posar de la charla animada y espiritual de Roberto Suárez, Carlos Sáenz y Julio Mallarino, que me acompañaban. Una vez en la posada donde debíamos pasar la noche, nos preocupamos de la forzosa restauración de dessous le nez, como dice Rabelais.