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Me quedé anonadado delante de aquella efigie espantosa de realidad y de tristeza. La firma era la de un ilustre pintor. Recorrí el catálogo y encontré las iniciales de la señora De Nièvres. No había yo menester de aquel testimonio. Magdalena estaba allí, delante de , fija en la mirada; pero, ¡con qué ojos, en qué actitud, con qué palidez y qué misteriosa expresión de espera y de amarga pena!

Cuatro años llevaba en la áspera ruta, y se había hecho una mujer a fuerza de sufrir y de llorar. La vida de familia en Rucanto era espantosa. Carmen miraba siempre con el mismo miedo y el mismo asombro a doña Rebeca y a sus hijos.

Ni momento de sueño ni instante de reposo. ¡Qué desasosiego, qué cama... y qué espantosa soledad! ¿Era que se arrepentía, o simplemente que la echaba de menos? En vano intentó explicárselo. Cuanto sentía estaba en abierta contradicción con sus antecedentes, sus ideas y sus prácticas amorosas; al par le daban orgullo los recuerdos y vergüenza lo presente.

Pero las nuevas hojitas primaverales brotaban en medio de una espantosa soledad. Sólo la señora de Goyeneche apreciaba sus matices delicados y su frescura virginal. La pieza terminó. Transcurrieron unos momentos sin que la reunión distraída se diese cuenta de ello.

Hubo un momento en que creí que su razón había volado... Esa espantosa existencia es muy á propósito para quebrar los caracteres más enteros; cuanto más fino es el temple de un alma, más rápidamente es destruída por semejantes pruebas... He tenido que revelarle la traición de Sorege para hacerle entrar en posesión de mismo... ¡Oh!

Después le parecía que los muros se apartaban: se encontraban en el interior de una gran sala, cuyas paredes estaban tendidas de negro; en el fondo había una mesa con un crucifijo y dos velas amarillas, y sentados alrededor de esta mesa cinco hombres de espantosa mirada, cinco inquisidores vestidos con la siniestra librea del Santo Oficio.

Yo temía, no, estaba convencida de que el terrible secreto de mi padre que conocía Hales, era una espantosa verdad, y sólo anteayer he conseguido, con la ayuda del anciano señor Hales, descubrir, en una calle del bajo de Grimsby, a un hombre de apellido Palmer, exmarinero del buque «Annie Curtis», el cual estuvo presente cuando murió el italiano.

De improviso, rompe la orquesta bruscamente la cadencia, rugen los contrabajos estrepitosamente, las flautas dejan oír agudos silbidos, el metal, desencajado, truena con espantosa violencia, los timbales redoblan convulsamente.

Margarita se llena de espanto al verle, y prefiere la muerte a aquella libertad espantosa. Margarita se entrega resignada a las justicias divina y humana, y pide a los ángeles que la protejan contra su amado, que viene a salvarle la vida. El hombre a quien tanto ha amado le inspira entonces horror. Los ángeles dicen desde las alturas: ¡Está salvada!

Contuvo la respiración un momento, con su mano puesta instintivamente sobre su pecho, como si hubiera querido tranquilizar los fuertes y violentos latidos de su corazón. ¡Ah! desgraciadamente lo es replicó. Ahora conozco la verdad, la verdad terrible... espantosa. Y, sin añadir una palabra más, se cubrió el rostro con sus manos y estalló en un mar de lágrimas.