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Bajo sus sombrías bóvedas, en las profundidades del barranco, la temperatura es siempre fresca, hasta en lo más fuerte del verano; las ramas enlazadas impiden á la húmeda atmósfera su salida hacia el espacio y, gracias al acuoso vapor, los helechos, con sus grandes hojas caídas y los hongos, agrupados fraternalmente en pequeñas asambleas, crecen y prosperan en las orillas.

Casi todo el vecindario estaba en la plaza, a pesar de la lluvia cada vez más fuerte. Muchos miraban al negro espacio con expresión burlona. ¡Qué chasco iba a llevarse! Hacía bien en aprovechar la ocasión soltando tanto agua; ya cesaría de chorrear tan pronto como saliese San Bernardo. La procesión comenzaba a extender su doble cadena de llamas entre el apretado gentío.

Aplicando esta doctrina á las abstracciones sobre los cuerpos, encontraremos la razon de la ilimitabilidad de la idea del espacio.

El templo griego henchía en el espacio los bultos dorados de su techumbre; la iglesia católica hacía brillar la cruz en lo más alto de su campanario; la sinagoga, de formas geométricas, se desbordaba en una sucesión de terrazas; los minaretes islámicos formaban una columnata blanca, afilada, esbelta.

Amparo, con medio cuerpo fuera de la barandilla, palmoteaba a más y mejor. Durante el segundo entreacto, las gentes prensadas en la cazuela se hallaron unas miajas más anchas y cómodas, ya sea porque su volumen se había ido sentando y acomodándose al espacio, ya porque algunas, indispuestas con tan alta temperatura, mal de su grado hubieron de retirarse.

Las sensaciones así de vista como de tacto, envuelven la continuidad: pues ni me es posible ver ni tocar, sin que reciba la impresion de objetos continuos, inmediatos los unos á los otros, coexistentes en su duracion y que á un mismo tiempo se me ofrecen como continuados unos con otros en el espacio. Sin esta continuidad, la multiplicidad no constituye la extension.

La postrera palabra de aquel malhadado discurso vibró en el espacio, sola, seca, triste, con fúnebre resonancia. Ni un aplauso ni una exclamación satisfactoria la recogió. Su voz había caído en el abismo sin producir un eco. Parecíale que no había hablado, que su discurso había sido una de aquellas mudas, aunque elocuentes, manifestaciones internas de su genio oratorio.

Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa, y que dejaría en toda su voluntad y albedrío el azotarse cuando quisiese. Levantóse Sancho, y desvióse de aquel lugar un buen espacio; y, yendo a arrimarse a otro árbol, sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas.

Pero no pasó mucho tiempo sin que se levantasen sus esperanzas del centro de la tierra en donde estuvieron por espacio de tantos años escondidas.

Es cierto que donde quiera que yo imagine los límites del universo, como cerrándole con una inmensa bóveda, imagino todavía fuera de la bóveda nuevas inmensidades de espacio en que mi fantasía se sumerge; pero de esto inferir que la realidad es como yo la imagino, no parece muy ajustado á las reglas de una sana lógica.