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Detesto el mal verso, y me es una fatiga enorme la lectura de esos volúmenes rimados que no dejan preocupación ni agitación; prefiero las dos composiciones de Fallon a la mayor parte de los gruesos tomos de versos que han hecho gemir las prensas de la América Española y de la España misma...

Maximiliano meditaba. «No me parece muy practicable tu solución». , chico, , te digo que . Hazme el favor de coger todos esos polvos y tirarlos por la ventana al patio. No, mejor será que los envuelvas en un paquete y me los des; yo los guardaré. Te prometo guardarlos. Pero qué, ¿desconfías de ?... Gracias, hombre.

Dan animación a este paisaje, aquí una cabra levantada sobre sus patas traseras que parece suspendida de los verdes festones; allá una pequeña carreta tirada por grandes bueyes, y el chirrido ronco y continuo de la rueda y la canción salvaje del Dragoubras, y el aspecto ágil del montañés de Arrés que monta en pelo a uno de esos caballitos negros, de pelo rizado, de ojo brillante, de patas nerviosas, que franquean los salientes de la costa con tanta ligereza como un camello.

¿Y por qué te querían asesinar esos cafres? Porque les dije mil perrerías. Después, cuando me llevaron a la tienda, todos se reían de . Luego me dieron vino, obligándome a beberlo, y yo mientras más bebía más charlaba, diciendo atroces disparates y frases graciosas, hasta que me quedé como un cuerpo muerto.

El príncipe asintió. Era como esos enormes trasatlánticos que, al naufragar, hacen la fortuna con sus despojos de todo un pueblo de miserables instalado en la orilla. Pero esta relatividad de la suerte no evitaba que su ruina fuese cierta. Por lo que diré después, necesito no ocultar mi situación. Hace unas semanas he vendido en París el palacio que construyó mi madre.

En las hojas de los árboles se halla una gran variedad de esos monstruosos y misteriosos seres, llamados por la ciencia Fasmidos, los mismos que son conocidos en el lenguaje vulgar por bichos hojas, bichos palos y bichos troncos. Quien no haya visto uno de estos extraordinarios animales, no es posible pueda figurarse la absoluta semejanza que tienen con los vegetales.

Juanillo guardó prudente silencio. ¿Cómo iba a explicar a aquella ignorante y pobre gente la intención estética que tuviera? ¿cómo?... Terminadas las lamentaciones del mayordomo, la mayordoma comenzó las suyas: ¡Dios mío! ¡matar esos cisnes tan lindos que eran como los hijos de la señora!... ¿Y qué nos dirá la señora? ¿Y qué le diremos a la señora?...

Tal es el origen de esos continuos cambios en el lugar de la escena que han permitido al nuevo drama tratar los asuntos más complejos de la epopeya, de la historia y de la novela antigua.

Esos son los últimos representantes de la humanidad, «cuyo rostro fué creado para contemplar los astros.» ¡Qué enorme intervalo salvado entre la cabeza ideal del Apolo Pitio y la del pobre cretino, de ojos, sin mirada y risa que parece mueca!

Bien: dijo ¡asunto arreglado! Usted me perdonará... ¡estamos de viaje!... ¿Gusta usted de almorzar? Y se levantó y me condujo a la puerta. En esos momentos apareció la señorita. ¡Papá! Sonrojóse al verme, y murmuró tímidamente: Usted dispense.... ¿Qué quieres, Gabriela? le preguntó el caballero. ¿A qué hora hemos de salir? Después de comer... a menos que quieras salir más tarde....