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Se parecían también en el carro un venerable escudero, que sostenía el quitasol de raso amarillo, bordado de oro, dando sombra al rey y siendo símbolo e insignia de su poder soberano; y dos pajecillos, muy graciosos y compuestos, que oseaban las moscas y movían y refrescaban el aire que circundaba a la persona regia, agitando grandes abanicos, uno de pintadas plumas de pavo real, y otro de plumas de avestruz blancas como la leche.

Esta necesidad le forzó a que llegase junto a la venta, todavía dudoso si entraría o no. Y, estando en esto, salieron de la venta dos personas que luego le conocieron; y dijo el uno al otro: -Dígame, señor licenciado, aquel del caballo, ¿no es Sancho Panza, el que dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por escudero?

En cuanto satisficiese, uniéndose a Araceli, los vivos anhelos de su corazón engordaría hasta ponerse como una bola. Esta era la profecía que había encontrado más eco en la familia de Escudero y de todos sus allegados.

Yo apostaré que este buen hombre que viene consigo es un tal Sancho Panza, su escudero, a cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen. -Así es la verdad -dijo Sancho-: que yo soy ese gracioso y ese escudero que vuestra merced dice, y este señor es mi amo, el mismo don Quijote de la Mancha historiado y referido.

Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho.

Uno de los amigos del novio le llamó Rebolledo, aludiendo al bandido de la zarzuela Los diamantes de la corona, y la palabra hizo fortuna entre la juventud maleante. La ceremonia debía de celebrarse a las cinco de la tarde. Los novios partirían en el sud-express poco después. A las tres, la multitud de los convidados invadía los fastuosos salones de la casa de Escudero, en la calle de Alcalá.

Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado más de dos horas por él, buscándola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco; tanto, que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar.

Aurora era una joven que había sido segunda doncella durante algunos años en casa de Escudero, se había casado con un tipógrafo y vivía en el Puente de Vallecas. ¡Ay, señora, qué cambiada está! No la conocería si la viese. ¡Qué delgada, qué descuidada, qué sucia! Vergüenza me dio siquiera que hubiera besado a los niños... Doña Eugenia dejó escapar un grito doloroso y se puso en pie de repente.

»DON LUIS. Bueno fuera que se me quedara en el tintero tan donosa circunstancia. Pondre particular cuidado en sacarle á menudo a motejarse su cōtēdor. Preciarase el viejo de muy hidalgo, por cuyo respeto, y por su mala catadura tēdra el gracioso larga materia para los apodos; honrandole el escudero tābien con los títulos de almohazador, de covarde y vinolento. Yo espero guisar todo esto de manera que cause mucha delectacion y regozijo. En quanto al hablar, gentil modo de meternos en pretina numero tan corto; si las demādas ó respuestas passaran entre mas de quatro, ó cinco; si los versos han de ser en quintillas, ó no. Ciento hare que hablen si fuere menester, que al passo que subiere de punto la trapala, crecera en los oyentes la cantidad de la risa. Cinco, o seis romances por ningū caso los dexarè de poner: pues porque no cinquenta tercetos? Los sonetos no seran mas que siete, colocados a trechos. En alguna descripciō no es forçoso q

-Nunca he visto yo escudero -replicó el del Bosque- que se atreva a hablar donde habla su señor; a lo menos, ahí está ese mío, que es tan grande como su padre, y no se probará que haya desplegado el labio donde yo hablo. -Pues a fe -dijo Sancho-, que he hablado yo, y puedo hablar delante de otro tan..., y aun quédese aquí, que es peor meneallo.