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El timbre de que se sirve habitualmente la señora de Laroque para llamar á sus criados se hallaba á mi alcance sobre la mesa: apoyé el dedo en él. Un criado entró casi al momento. Creo le dije, que la señorita Margarita tiene órdenes que darle. A estas palabras que había escuchado con una especie de estupor, la joven hizo violentamente con la cabeza un signo negativo y despidió al criado.

Cuando la dama distraídamente quiso pasar á otra melodía, la interrumpió exclamando: No puede usted figurarse, condesa, qué impresión tan honda me causa la frase que acaba usted de cantar. De todas las melodías que hasta ahora he escuchado, ninguna expresa más vivamente el triunfo del amor.

Comenzó la profesión de fe. El obispo preguntaba, leyendo por un libro, si estaba pronta a dejar la vida del mundo y el comercio de las criaturas para consagrarse exclusivamente al servicio de Dios. María contestaba que había escuchado la voz del Señor y corría presurosa a su llamamiento.

Nuestra conciencia no percibe el principio de un desarrollo moral, como no percibe un desarrollo de la naturaleza; la savia ha circulado ya muchas veces antes de que descubramos el menor signo de un brote. La ligera sospecha con que sus oyentes le habían escuchado al principio, se disipó gradualmente ante la sencillez convincente de su desgracia.

Con esto se despidieron los dos mozos de mulas, cuya plática y conversación dejó mudos a los dos amigos que escuchado la habían, especialmente a Avendaño, en quien la simple relación que el mozo de mulas había hecho de la hermosura de la fregona despertó en él un intenso deseo de verla.

Pensaba en Juan Portela, en el guapo Francisco Esteban, en todos aquellos esforzados paladines cuyas hazañas, relatadas en romances, había escuchado siempre con entusiasmo, y se reconocía con tanto redaño como ellos para afrontar el último trance. Pero algunas noches saltaba del petate como disparado por oculto muelle, haciendo sonar su cadena con triste repiqueteo.

Este, con las mejillas enrojecidas y la nariz más encorvada que nunca, arañó los brazos de su sillón, mientras el buen Flimnap, avergonzado por el incidente, balbucía sus explicaciones. Le pregunto, gentleman, si después de haber escuchado lo que dije sobre los diversos períodos de nuestra literatura no cree usted que el poeta Momaren resulta el más eminente de todos en el género sentimental.

«Estaba frente a , y su mirada era triste e incierta, no sabiendo sin duda cómo darme cuenta de su próxima partida. Fui en su auxilio, y tendiéndole la mano le dije: «Perdóneme usted, Carlos; perdone una culpable indiscreción de que me acuso. Quería, sin preguntárselo, saber su secreto; lo he escuchado.

Pero, si has escuchado atentamente, comprenderás sin pena que su vida entera transcurrió en preparar, en llevar, por decirlo así, a madurez ese instante único.

Hemos hallado en su persona los mismos síntomas de abatimiento y he dicho y he escuchado casi las mismas palabras que en la anterior entrevista; así, que casi no puedo decir a usted nada nuevo que se refiera a su estado, pues de sobra lo conoce. »Ni tampoco tengo nuevas noticias que darle en todo lo que a afecta.