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Pepe se fue por la mañana temprano a su trabajo, evitando ver de nuevo a Tirso: éste conversó breve rato con la madre y luego entró en la alcoba de don José. ¡Adiós padre le dijo hoy me marcho... ahora mismo! El viejo, que la noche pasada había escuchado confusamente el rumor de la conversación de ambos hermanos, adivinó la causa de aquella despedida; mas nada hizo por evitarla.

14 No he comido de ello en mi luto, ni he sacado de ello [estando] en inmundicia, ni de ello he dado para mortuorio; he escuchado la voz del SE

Me ha hecho usted perder mucho con sus martingalas. Mejor es que siga con su número 5. El coronel, que había escuchado en silencio la conversación sobre las mujeres, pareció ligar dos ideas cuando Castro mencionó el juego. Ayer tarde dijo al príncipe con un tono algo misterioso encontré en el Casino á la duquesa... Un gesto de muda interrogación cortó sus palabras. «¿Qué duquesa

Atrancada bien la puerta, volvió aquel á su trípode, y estableciéndose en ella, miró al del gorro, como si esperara de él una gran cosa. ¡Buena la han armado! dijo en voz alta, seguro de no ser escuchado por voces extrañas ¡Otro alboroto esta noche! Y dicen que la Guardia Real prepara un gran tumulto. Usted, D. Elías, debe saberlo.

Y yo, hijos míos, hasta dentro de un mes dijo el doctor, que había escuchado su discusión con melancólica sonrisa; y si durante este mes soy necesario por cualquier motivo, tendré abierta mi casa para ambos. Y apoyado en el brazo de José, los acompañó hasta sus coches respectivos. Cuando se disponían a partir, les dio un abrazo, y les dijo: Adiós, amigos míos.

El aperador la había escuchado hasta entonces con desdeñosa frialdad, pero al sonar estas palabras fue a él a quien tuvieron que contener los hombres de la gañanía. ¡Bruja! rugió ¡a lo que quieras, pero a esa persona no te la pongas en la boca, porque te mato!

María había escuchado a la anciana con mucha atención, aunque afectando tener la vista distraída; cuando hubo acabado de hablar, calló un rato y dijo después con indiferencia: Yo no quiero casarme. ¡Oiga! exclamó tía María , ¿pues acaso te quieres meter monja? Tampoco respondió la Gaviota. ¿Pues qué? preguntó asombrada la tía María , ¿no quieres ser ni carne ni pescado? ¡No he oído otra!

No supe como disculparme; murmuré torpes excusas, alabé una pieza que no había yo escuchado, y me levanté para despedirme. Habló don Carlos de Villaverde, del día de la Cruz, del paseo en la Alameda y en la colina del Escobillar, y de la fiesta del Cinco de Mayo.

El día anterior había regresado muy tarde á la ciudad, después de verse festejado y admirado durante varias horas por más de cien mil mujeres. Su discurso en las gradas del templo de los rayos negros lo había escuchado esta enorme multitud, interrumpiéndolo con aplausos. Su éxito resultó tan ruidoso como el del joven poeta rival de Golbasto.

Diciendo estas palabras, Melia se había arrojado a las rodillas de Kernok, que al principio la había escuchado con bastante paciencia; pero, cansado de oírla, la rechazó tan rudamente, que la cabeza de Melia fue a dar contra la madera.