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De pronto recordó: en la pared que había frente al escritorio de su padre había un gran cuadro que la representaba a ella a la edad de ocho años; un magnífico retrato de cuerpo entero, de Boldini, en el que su rostro infantil sonreía bajo la sombra dorada de sus largos cabellos.

El mundo, para marchar bien, debía organizarse con arreglo a las sanas tradiciones... Lo mismo que su casa. Un sábado por la tarde, Fermín Montenegro, al salir del escritorio encontró a don Fernando Salvatierra. El maestro dirigíase a las afueras de la ciudad para dar un largo paseo.

Dicen que fué holgazán, errátil e ilusorio, que dejaba secar la tinta en su escritorio. Lo quiso saber todo y al fin nada ha sabido. Y una noche de invierno, cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne podrida y se fué preguntando: ¿Para qué habré venido? Dijeron que se había ahorcado en una hora de locura. Pero este epitafio rimado demuestra lo contrario.

Llegaba por las mañanas, á todo correr de sus briosos caballos y se arrojaba del coche, metiéndose en el escritorio como si huyera. Aun así, tenía que separar muchas veces con sus fuertes puños á los que le esperaban en la puerta, para proponerle negocios disparatados ó pedirle dinero. Una vez en su despacho, era difícil abordarle al través de los escribientes y criados que guardaban la escalera.

El señor Fermín vio entonces que su hijo paseaba con don Ramón, el jefe del escritorio, por un sendero. Hablaban de la belleza de las viñas. Marchamalo volvía a ser lo que en sus tiempos más famosos, gracias a la iniciativa de don Pablo.

Era extraño: así como mi abuela afirmaba la aristocracia de la marinería, el señor Cepeda afirmaba la aristocracia del escritorio. En el comercio del azúcar y del cacao la elevación social está en razón directa de la cantidad; en cambio, en el comercio de drogas la elevación está en razón inversa.

Su admiración se escapaba en roncos barboteos. ¡Oh, sonrisa del anochecer!... ¡Alegría de la sombra!... ¡Señorita blanca! El comisario de Policía miró duramente á la mujer de pelo blanco que se había sentado ante su escritorio sin que él la invitase. Luego bajó la cabeza para leer el papel que le presentaba un agente puesto de pie al lado de su sillón.

Ahora lo distinguía perfectamente; era él, pero aun más abatido y desmejorado que cuando por última vez lo vio; velaban su rostro tintas cárdenas, y la negra barba lo sumía en un cerco de sombra; sus ojos brillaban cual si tuviese calentura. Sentase al escritorio y escribió dos o tres cartas. Estaba frente por frente a Lucía y ella le devoraba con los ojos.

¡Pues, señor, yo no he notado lo más mínimo en el escritorio, y hoy ha sido sábado, se ha pagado a todo el mundo! ¡Hombre! ¿Está usted seguro? me repitió don Benito con asombro. Como que estamos hablando en este momento.

El banquero tomó de encima de un pequeño escritorio taraceado algunos cigarritos y se los presentó. La joven preparó uno con la destreza de un consumado fumador y lo encendió con el fósforo que el duque se apresuró a sacar. Este intentó otra vez aproximar sus labios repugnantes al hermoso rostro de la fumadora, pero fué rechazado con violencia.