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Muerto Lope, su obra quedó un tanto oscurecida por la de Calderón, su continuador famosísimo, y fué cada vez más olvidada en el creciente mal gusto que se extendía según iba avanzando el siglo XVII. En el XVIII, corrió la suerte de todo el teatro español, y sólo a principios del XIX renació su fama con la reivindicación general de nuestro teatro por los escritores románticos, alemanes principalmente.

Esta es la fecha señalada por Vera Tassis; Dieze, y los escritores posteriores, hacen vivir á Calderón siete años más. A. G. Schlegel.

De la costumbre á que alude D. Cristóbal hay repetida mención de los escritores del tiempo. Uno de ellos, anónimo escribía: «Es obligación y ejercicio de los pajes, en las mañanas cantar los buenos días y á la tarde, después de anochecido, las buenas noches.

A él le daba el corazón que se salvaría; pero los santos escritores presentaban como tan difícil la cosa, que ya le inquietaban ciertas dudas.... ¿Si no habría sido él toda su vida bastante bueno? Había que pensar en esto; pero ¡Dios mío! ¡él no quería quebraderos de cabeza!

Encarecidísimas son las alabanzas que, ya al rey D. Fernando, ya á la reina doña Isabel, dan los más egregios escritores y pensadores de su tiempo.

El mérito y el valor relativo de los hombres de esa generación ha sido aquilatado por el público y la crítica españoles durante este tiempo y algunos de ellos han obtenido una consagración que les da, hasta donde el juicio contemporáneo puede llegar, el valor y la autoridad de escritores clásicos.

Este fué el hecho de los Catalanes condenado de los antiguos, y modernos escritores por muy feo, pasar Europa á los Bárbaros infieles enemigos del nombre Cristiano, manchando la gloria de aquella expedicion con tan impio y destestable consejo, como lo fué abrir el camino de Europa tan gallarda y poderosa nacion.

De la falange de los bohemios, que repito comprende la mayor parte de los escritores que han parecido de treinta o cuarenta años a esta parte, algunos, muy pocos por supuesto, han conseguido inmortalizarse con sus escritos; otros abandonando la literatura se han hecho personas formales y han entrado en la política o los negocios: éstos son los que mejor han librado; pero uno que otro, o más viciosos o más soberbios o menos aptos han persistido con extraña tenacidad en su vida aventurera y en sus costumbres abyectas que los han conducido rápidamente a un abismo de degradación.

Ella se valía de su situación para explotar a todos sus admiradores en provecho de su fortuna. Artistas, escritores, hombres de negocios, hombres de mundo, la servían simultáneamente en la medida de sus medios. Eran otros tantos empleados suyos a los que pagaba con esperanzas.

Desde por la mañana bien temprano comenzaban a entrar escritores: y como ninguno salía, la consecuencia era que al poco rato el local se atestaba y los redactores zumbaban como verdaderas y genuinas abejas en una colmena, se codeaban, se estrujaban e impedían de todo punto la entrada de los compañeros que llegaban tarde. Redactor hubo que en ocho días no logró poner los pies en la oficina.