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Al verse tan bien servido por la pluma del secretario, Martínez, cuando no estaba de operaciones, sentía la necesidad de convertir en leyes todas las ideas simples y nuevas para él que hervían en su cerebro. Sandoval, vamos á escribir media docena de decretos decía después de las comidas, como si esto suavizase su digestión.

En la penumbra del cortinón medio recogido de la puerta de escape hacia el interior de la casa, aguardaba una persona, a la cual mandó entrar la marquesa un momento después de sentarse en el precioso sillón de su mesa de escribir.

En este sentido, yo tambien se lo estoy. ¡Qué curioso seria escribir una biografía, cogiendo el hilo de aquella existencia tan movible y tan ávida, y seguir hilando hasta dar con el fin de la revueltísima madeja!

Calderón, por ejemplo, se inspiró en El Caballero del Febo para escribir su Castillo de Lindabridis; en el Fierabrás, para componer su Puente de Mantible; Montalván, en El Palmerín de Otiva, para escribir su comedia de igual título, etc.

Las grandes ciudades son verdaderos focos de corrupción, donde se van perdiendo íntegramente los sentimientos de humildad, de obediencia y de amor al pasado. Casi todos los madrileños saben leer y escribir, y aunque una enérgica censura amordaza a los escritores de la mala prensa, las ideas disolventes siempre encuentran camino por donde llegar al cerebro del pueblo.

Por aquella época, habiendo encargado una composición en décimas a toda la clase, la mía logró despuntar sobre las demás. Tributome por ella desmedidos elogios, y con tal motivo engendrose en la afición de escribir versos, que tarde o nunca me dejó.

Y al cabo para mostrar mejor que no la tenía y para lograr que acabasen aquellos obstinados galanteos, concertó con la Reina el medio que le pareció más prudente. Doña Sol no podía escribir decorosamente a ninguno de los dos galanes ni para despedirlos siquiera.

Resolviéndose a escribir su cuento bajo el epígrafe de «El Canto del Cisne», pensó que sería conveniente «experimentar» la muerte de un cisne verdadero, pues él nunca vio morir ninguno.

Y, trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un salvoconduto para los mayorales de sus escuadras, y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres, y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido.

Antes de proseguir nuestro examen de la literatura dramática española, conviene intercalar algunas observaciones acerca de la crítica de esta época, de las nuevas tentativas que se hicieron para escribir dramas al estilo antiguo, y de las colecciones de comedias españolas.