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Solo los jefes deberian tener cada uno un escribiente aventajado para copiar correctamente sus trabajos; pero que todas las mesas tengan una, y algunas dos plazas de escribientes, y ademas, como sucede en alguna oficina, haya mesas, que podremos llamar de trabajos jenerales, puesto que se juntan seis, ocho y aun mas á copiar, como mesa de escuela, no solo es chocante, sino engorroso y perjudicial, por las sumas que sus sueldos absorven.

El abogado había envejecido mucho, estaba canoso, y la calvicie se estendía casi por toda la parte superior de la cabeza. Era de fisonomía agria y adusta. En el estudio todo estaba en silencio; solo se oían los cuchicheos de los escribientes ó pasantes que trabajaban en el aposento contiguo: sus plumas chillaban como si riñesen con el papel.

La frase y el guarismo se entrecruzaban en su cerebro, demarcando en su frente una arruga fina, delicada, que parecía hecha con tiralíneas; abismábase en meditaciones; después, tarareando una cancioncilla, pasaba la vista por los periódicos de la mañana, daba algunas órdenes a sus escribientes y se ocupaba un poco de teatros y diversiones.

Durante mi corta comisión alcancé a conocer, con sólo verlos caminar, a los vagos que pasan la vida en las antesalas, buscando empleo; a los imaginativos que se creen en posesión de los puestos que anhelan porque han llevado al ministro una carta de cualquiera que se les antoja de valimiento , a los pichuleadores , a los amigos de confianza de los escribientes y auxiliares, a los de otros que vuelan más alto, a los comisionistas, a los noticieros de los diarios, a las señoras honestas que buscan pensión y a las más interesantes aun que gestionan asuntos por cuenta ajena; fueron las que estudié y observé con más detenimiento, porque eran las que abundaban y las que constantemente tenía ante los ojos.

Entre nosotros, por regla general, los ministros están solos, pues los empleados, en vez de ser cooperadores de confianza, son meros escribientes, salvo, bien entendido, honrosas excepciones.

Un caballero, amigo de Millán, prometió después interesarse para que fuese destinado al batallón de escribientes o a la imprenta del Ministerio de la Guerra, pues lo principal era evitar que saliera de Madrid, propósito difícil de conseguir durante aquellos días, en que los poderes públicos se veían obligados a echar mano de todos los cuerpos e institutos militares para combatir la insurrección carlista, que ya merecía el maldito nombre de guerra civil.

Llegaba por las mañanas, á todo correr de sus briosos caballos y se arrojaba del coche, metiéndose en el escritorio como si huyera. Aun así, tenía que separar muchas veces con sus fuertes puños á los que le esperaban en la puerta, para proponerle negocios disparatados ó pedirle dinero. Una vez en su despacho, era difícil abordarle al través de los escribientes y criados que guardaban la escalera.

Cerca de él, al alcance de su vista, había dos hombres que de pie y encorvados escribían en grandes libros puestos sobre pupitres de pino. ¿Qué traes por aquí? dijo uno de los escribientes al acercarse la mujer. ¿Cómo ha quedado Gasparón? preguntó el otro. Pues, ¡cómo ha de quedar! Manco. ¿Y a qué vienes? A cobrar.

Cierto es también que en materia de literatura, un oficial de marina que entró á servir en la Aduana al mismo tiempo que yo, con frecuencia echaba su cuarto á espadas conmigo en discusiones acerca de uno de sus dos temas favoritos: Napoleón y Shakespeare; y que también uno de los escribientes del Administrador, aun muy joven y que llenaba, según se decía en voz baja, las blancas cuartillas de papel de la Aduana con lo que á cierta distancia tenía la apariencia de versos, de cuando en cuando me hablaba de libros, como de un asunto que quizá me sería familiar.

Yo la he buscado sin cesar por todo Madrid; he pasado noches enteras junto a la casa de la calle de la Sal examinando quién entraba y quién salía; he dado dinero a los criados, aguadores, lavanderas, a los escribientes del licenciado, a cuantas personas visitaban la casa; pero nadie me ha sabido dar razón, nadie, nadie. ¿Es esto para desesperarse? ¿Es esto para morirse de pena? ¡Trabajar tanto, cavilar tanto para sacarla del poder de sus tíos; cometer grandes pecados y exponer uno su alma a las horribles penas del Infierno para ver desvanecida como el humo aquella esperanza encantadora, aquella soñada dicha y suprema felicidad!... ¿Será castigo de Dios por mis culpas, Gabriel? ¿Lo crees así? ¿Apruebas lo que estoy haciendo ahora, que es rezar mucho y pedir a Dios que me perdone o que me devuelva mi Inesita, aunque no me perdone? ¿Crees que concurriendo a la bóveda de San Ginés con gran constancia y devoción podré alcanzar de Dios alguna misericordia? ¡Ay!