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Sin embargo, ya no era tiempo de reflexiones: subí ligeramente las gradas y me hallé de pronto con una escena que, en cualquiera otra circunstancia, hubiera juzgado bastante agradable.

Esto me parece tan extravagante como lo que he oído decir que acontecía hace un siglo entre nosotros, cuando, al ponerse en escena El maestro de Alejandro, salía Aristóteles vestido de abate, con casaca, chupa, espadín, zapato de hebilla y capita veneciana.

Escena superflua, en que Carlino se chancea con el criado de Cornágoras; el loco doctor viene también, riñe á su servidor, que es un perfecto imbécil, y sólo sirve para excitar la risa con su endiablada jerigonza. «¡ exclama, ya quién eres, traidor!

Tal creyó desde luego el único testigo de aquella escena, mas pronto notó que el hombre interceptaba el paso del puente á la joven y que ésta se expresaba con gran animación, llegando á tomar su voz algunas veces acentos de amenaza y cólera.

Alumbraba la escena una luz mortecina, emanada de una vela colocada en el cuello de una botella. El moribundo, al entrar el sacerdote, levantó la cabeza toda reatada y la dejó caer pesadamente sobre la bolsa que le servía de almohada. ¡No se mueva, hermano!...—dijo Cañete con voz que quiso hacer tierna, y acercando a la cama del enfermo la única silla que había en el cuarto, se sentó.

Donde la intendenta le llevó mucha ventaja fue en la mímica: Anita era una consumada actriz, mientras el tío Manolo se movía poco y con trabajo en la escena. El acto de Lucía comenzó igualmente muy bien: los coros, contra lo que se esperaba, estuvieron bastante acertados: Rivera dijo sus primeras frases de indignación con buen éxito: el concertante tampoco salió mal.

En aquel entonces se encontraba sostenida por una tensión sobrenatural de los nervios y toda la energía batalladora de su carácter, que la ayudaban á convertir aquella escena en una especie de lóbrego triunfo.

Don Tello sale, pues, desterrado, pero el Rey se pone también en camino para llegar á su palacio antes de romper el día. El poeta ha intercalado aquí una escena extraña, pero muy conforme con las tradiciones que corrían acerca del Rey Don Pedro.

Lo que la dejó amilanada fue la amenaza de hablar a su marido y a Pepe, segura de que la menor reconvención de Tirso provocaría una escena agria, quizá un rompimiento y un disgusto gravísimo. ¿Qué podía hacer ella para evitarlo? Nada. Sentía impulsos de contarlo todo al llegar a casa; pero, ¿y luego?

El número de comedias, que se pusieron en escena durante su reinado, si no superior, fué á lo menos igual á la multitud infinita de ellas, que se representaron bajo sus dos predecesores.