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Era una casa muy grande, situada, si no en el barrio más desierto, en el más serio de la ciudad, rodeada de conventos y dotada de un jardincito que languidecía en la sombra de las altas paredes que lo circundaban. Había amplias habitaciones sin aire y con escasa luz, severos vestíbulos, una escalera de piedra que giraba en oscuro hueco y muy poca gente para animar todo aquello.

Estaré a la puerta. Y Antoñona echó a correr, bajó la escalera de dos en dos escalones y se plantó en la calle.

Al bajar por la escalera con las orejas gachas, el semblante encendido y los ojos extraviados, otra vez se presentaron ante su imaginación con vigoroso relieve el descuartizamiento, la pérdida de los ojos, la cola del caballo y otros fieros suplicios de la época visigótica, a la cual pertenecía por su bárbara traza y corazón indomable y crudelísimo. El martirio.

No había más remedio que alimentarse, haciendo de tripas corazón, porque la naturaleza no espera: es forzoso vivir, aunque el alma se oponga, encariñada con su amiga la muerte. Pasaban lentas las horas del día, y tanto Ponte como su paisana no podían apartar su atención de todo ruido de pasos que sonaba en la escalera.

Maltrana, al pie de la escalera, torció el gesto e hizo señas, con el enfado de un propietario futuro que ve prodigado sus bienes. Ella, al fin, quiso fijarse en sus extremidades, y sin emoción alguna arregló el desorden de la falda, borrándose la divina aparición como la luna entre nubes. Sólo entonces volvió la flauta a lanzar sus pastoriles gorjeos y los danzarines reanudaron sus evoluciones.

Don Pedro representaba la paciencia, el humor igual, el respeto silencioso, en aquella casa tranquila y limpia, que únicamente perdía su calma monástica al presentarse el dueño por unos días, entre dos viajes. Cinta se había acostumbrado á las visitas del catedrático. Al marcar el reloj las tres y media presentía sus pasos en la escalera.

No habían pasado diez minutos, cuando sintió fuertes campanillazos en el piso de abajo, y después la voz de Salomé unida á otras voces de hombre, entre las cuales creyó reconocer alguna. Levantóse y se asomó á la escalera. Eran cuatro personas que le buscaban, y la dama las dirigía al piso alto con muy mal humor. El joven reconoció entre aquéllos á su amigo Alfonso y al Doctrino.

Porque me temía que Ruperto acababa de matarlo. ¡Socorro! gritó débilmente el Duque. pasos en la escalera inmediata a la puerta donde me ocultaba y también rumor de voces a mi derecha, hacia abajo, en dirección a la celda del Rey. Pero antes de que ocurriese cosa alguna de la parte de acá del foso, vi por la ventana de Antonieta que cinco o seis hombres rodeaban a Ruperto.

En la esquina de la calle del Tribulete despidieron el coche; los chicos sin vacilar fueron derechos a la puerta de una casa vieja y sucia; el mayor se volvió de espaldas y dio con los tacones de sus zapatos rotos algunos golpes; al poco rato abrió una vieja, que dejó escapar al verlos un gruñido nada pacífico; pero su mal humor se convirtió en sorpresa al observar que Hojeda y Miguel atravesaban el portal y seguían a los muchachos; éstos subían decididos la escalera, como hormigas que entran en su guarida; Miguel sacó un fósforo, porque la vieja portera se había retirado con la luz.

Sube a una tolva, transpone la balaustrada y vuelve a bajar deslizándose por la escalera. Después desaparece en la sombra de las máquinas, en el sitio en que las ruedas poderosas alzan sus masas gigantescas. Juan la deja hacer; entonces no hay peligro, entonces todo está inmóvil. Algunos segundos después, la joven reaparece.