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¡Y, sin embargo, me gustan! insistió modestamente Kotelnikov. ¡Allá usted! dijo el subjefe . Yo, por mi parte, detesto a esas bestias color de betún. Todos sintieron una especie de satisfacción al pensar que había entre ellos un hombre tan original que se pirraba por las negras. Con este motivo, los comensales de Kotelnikov pidieron seis botellas más de cerveza.

No dice la señora autora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado, y ante todas cosas, que eso quiere decir ante omnia. BENITO. Mirad, escribano Pedro Capacho; haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo, no.

Luego hablan de , creyendo que soy quien le retengo en casa. ¡A paseo, tío! ¡A hablar de esas cosas que tanto le animan, y que los pobres oyen con la boca abierta! Tenga cuidado al subir los escalones. Despacito y con paradas, para que no le agarre el demonio de la tos. Gabriel pasaba las últimas horas de la mañana en la habitación del campanero.

Si no fueras una vieja feísima y sin ninguna gracia, creería que le habías hecho tilín... Cierto que eres buena, caritativa, que sabes ganar la simpatía por lo bien que atiendes a todo, y por tu dulzura y ese modito suave... que bien podría engañar a los que no te conocen... Pero con todas esas prendas, imposible que un hombre tan corrido se prende de ti... Si te lo crees y por ello estás inflada de orgullo, mi parecer es que no te compongas, pobre Nina.

Y aun esas frases no podía pronunciarlas más que cantando; he aquí por qué.

Una tarde, una hermosa tarde de invierno, de las que sólo se ven en este Madrid, salí de casa después de almorzar con el objeto de hacer algunas visitas y también para espaciarme por esas calles de Dios.

Todos esos aspectos variables, esas lentas ó rápidas transfiguraciones de la montaña, la hacen asemejarse vagamente á un gigante prodigioso que meneara la cabeza por encima de las nubes. Bien diferentes son las inmutables cimas de fijos perfiles que baña la luz pura del cielo de Egipto, de estas montañas cantadas por los poemas de Ossián.

La viuda de García, que era bonachona, lanzó una exclamación que corearon las niñas de Sobrado. ¡Jesús... angelito de Dios... tan pequeño, por esas calles y con este día! ¿Pero qué hace su madre? Mi madre tiene tienda en la calle del Castillo.... Somos siete con este, y yo soy la mayor... alegó a guisa de disculpa la que llevaba la criatura.

Y al tiempo de decirlo, clavaba en él una de esas miradas soberanas que expresaba convencimiento profundo de su dominio. Gonzalo, por mucho que se alejase, no podría romper la cadena; volvería blando y sumiso a sus pies, como el cometa que en vertiginosa carrera surca los espacios y a una distancia inconmensurable siente el freno del sol y vuelve dócil hacia él su frente.

Pero, si el vulgo emplea sus días en esas miserables irresoluciones, me parecía, por lo menos, que era dable a ciertas almas eternizar sus sentimientos.