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Yo bien conozco, decía, que no estoy todavía al corriente de esas ceremonias, y me guardaría mucho de concurrir a ellas; pero la voluntad es lo que se agradece. ¿Por qué no se tiene para un mal recado de atención, por lo mismo que soy forastera? ¿Se les caería la venera a algunas de esas fachendosas por acordarse de , que soy más rica que muchas de ellas? ¡Pues no parece sino que todas son marquesas! ¡Y el marido de la una vende paño de Munilla y sogas de esparto, y el de la otra pecajuana y engüento de soldado, y me debe a hasta la sal con que sazona lo poco que come!... Pues vinos y jabón vende mi marido. ¿Qué más da lo uno que lo otro?

Al contrario; hay que temerles, Cornelio, y haremos bien en huir. Pero ¿adónde? Nos alcanzarán, señor Van-Stael dijo el piloto . Con esas grandes velas tienen que correr más que nosotros. Nos dirigiremos a la costa. ¿A las islas del Estrecho? ¿Estás loco, viejo lobo? Los habitantes de ellas son peores que los papúes, y nos matarían en seguida. ¿Entonces a Nueva Guinea?

Es preciso tomar precauciones. ¿Quién me persigue? Fácil es comprender que habrá personas disgustadas por lo que hizo usted anoche. Esas personas le persiguen á usted; yo estoy seguro de ello. Ya comprendo repuso Lázaro. ¿Pero qué me importa? Hay que tomar precauciones, porque si se vengan, será de un modo terrible. Mucho cuidado.

Pues me río del enredo novelesco que has armado en tu cabeza, convirtiendo en príncipe indio o en algo semejante... a mi antiguo amigo y camarada de universidad, Isidoro Ziegesburg. Esas son simplezas tuyas.

Tanto gusto ... dijo Clementina dirigiéndose a Aurelia sin extenderle la mano, inclinándose con una de esas reverencias frías, desdeñosas, con que las damas aristócratas establecen rápidamente la distancia que las separa del interlocutor. Aurelia murmuró algunas frases de ofrecimiento.

Esas peculiaridades del canto y del baile nacional de que hemos hablado, podrían parecer de mal gusto y lo serían ciertamente en otros países.

Bastan pocos dias para esmaltar los prados de verdura y de flores olorosas, y revestir los árboles con esas hojas de un verde tierno, ó con las flores que las preceden, dando á cada uno de ellos un color vivo y uniforme. Si la campiña, ostentando su bella alfombra, embalsama el aire con los mas suaves perfumes, los bosques presentan otro carácter no ménos halagüeño de belleza y variedad.

la medían en pie la talla entera. Una de esas noches de luna iba Mariquita por el Puente lanzando una mirada a éste, esgrimiendo una sonrisa a aquél, endilgando una pulla al de más allá, cuando de improviso un hombre la tomó por la cintura, sacó una afilada navaja, y ¡zis! ¡zas!, en menos de un periquete le rebanó una trenza. Gritos y confusión.

Parece que el mar hubiera sido atraído a aquella ensenada por un canto irresistible y que, al besar el pie de esas montañas cubiertas de bosques, al reflejar en sus aguas los árboles del trópico y los elegantes contornos de los cerros, cuyas almas dibujan sobre un cielo profundo y puro, líneas de una delicadeza exquisita, el mismo océano hubiera sonreído desarmado, perdiendo su ceño adusto, para caer adormecido en el seno de la armonía que lo rodeaba.

No se hace otra cosa. ¡Ay, Dios mío! ¡Bah! no te apure eso... ¡No faltaba más! Mire usted, para que le vaya sirviendo de gobierno: vendrán seguramente esta mañana misma, las parientas esas, y acaso, acaso, las de Garduño, es decir, las Escribanas, y Codillo con sus hijas; tal vez se atrevan las de Martínez Liendres, las Corvejonas: creo que se atreverán, lo mismo que las Indianas.