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No ya el amor de un hombre y de una mujer, ambos de carne y hueso, sino el amor de un santo ó de una santa hacia Dios, resulta enfermedad; caso de neurosis, hiperestesia, ninfomanía ó satiriasis más ó menos alambicada. La cuestión queda discutida de sobra.

Pasaron dos años, y al cabo de ellos, cuando yo estaba completamente transformada, cuando acababa de cumplir los diez y nueve años, doña María adoleció de su última enfermedad.

Foja solía entrar y salir en seguida; en cuanto se cercioraba de la miseria y de la enfermedad del pobre anciano, ya tenía bastante; salía corriendo a decir pestes del otro, del Provisor: así creía servir a la buena causa del progreso y de la humanidad solidaria.

Fue una injusticia que el miedo social se permitió con un ser peligroso. El juez le abofeteó durante un interrogatorio, y Salvatierra, que de joven se había batido en las insurrecciones del período revolucionario, limitose, con una serenidad evangélica, a pedir que pusieran en observación al violento juez, pues debía sufrir una enfermedad mental.

Fue una rápida aparición, pero le vio, y su figura dolorida y pequeña, encorvada por la vejez y la enfermedad, quedó en su memoria como esos paisajes entrevistos a la luz de un relámpago.

Es natural ciertamente que al abrazar el método que adapta el medicamento á la enfermedad por la ley de los semejantes, se detenga un médico ante tan pequeñas dósis; pero nadie ignora, que cuando prácticos distinguidos las prefieren á las fuertes, arrostrando la injuria ó el ridículo, es porque creen y les consta, que son mas útiles.

Nunca dieron mayor razón de ni brillaron tanto estas prendas como durante la última, lenta y penosa enfermedad del mencionado rey, a quien asistió D. Cristóbal, desvelado y solícito, hasta el instante de su muerte.

Su hermana Amparo le había escrito desde Burdeos... ¡ay!, muy dolorida por la enfermedad de D. Francisco... «Dice que desde que lo supo no piensa en otra cosa». Le encargaba que inmediatamente fuese a visitar a los señores, se enterase de cómo seguía el enfermo, y se lo escribiera a correo vuelto.

Pero ni De Pas ni Mesía estaban satisfechos. Los dos esperaban vencer, pero a ninguno se le acercaba la hora del triunfo. Esta mujer decía don Álvaro es peor que Troya. El remedio ha sido peor que la enfermedad pensaba don Fermín.

La noche se llenaba toda con él. ¡Oh, Inés de mi corazón! ¡Cuán desgraciada soy! ¡Tener esta enfermedad en el espíritu y no poderla desechar, tener esta fragua de pensamientos en el cerebro y no poder echarle agua para que se apague...!