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Nuestras inteligencias son diferentes y las influencias que han presidido a nuestro desarrollo han sido opuestas; hay, sin embargo, un punto en el que nos entenderemos siempre, y es el amor a la pobre humanidad, condenada al dolor y a la muerte. Mientras yo me dirigía este monólogo, Elena mordisqueaba las violetas que yo le había dado y nuestros pensamientos se encontraban.

Encontraban un fondo de distinción en la vieja liturgia de la Iglesia, y titulaban sus poesías microscópicas Salmos, Letanías o Novenarios.

Durante ocho días los amigos de la familia acamparon en la casa, durmiendo donde podían, comiendo lo que encontraban y ocupándose exclusivamente de la enferma. Los dos médicos estaban encadenados a la cabecera de Germana.

Describían los paisajes risueños del suelo natal á los enfermos ilusionados que poco después habían de morir; cantaban á media voz las canciones del terruño; encontraban con su instinto de mujeres de salón las conversaciones que más podían agradar á cada uno.

El pertenecía a esta legión de desgraciados, cuyas quejas no encontraban eco, que imploraban el pan con el rubor y la timidez de su levita raída, que hacían reír con lo grotesco de su miseria, sin infundir miedo como los obreros manuales.

Somos unos millonarios del desierto que vivimos todavía en la primera semana de la creación de un mundo. Como quien dice unos millonarios... salvajes. Los tres rieron de este título y luego quedaron pensativos. Sus ojos dejaron de ver el hall donde se encontraban y la elegante concurrencia de las mesas inmediatas.

Semejante posición no era en aquella época humillante, porque españoles nobles y principales no se desdeñaban de servir á Papas y Cardenales, arrastrados por el deseo de ver el mundo, por la protección que en ellos encontraban, y por la perspectiva de obtener pingües beneficios, que los reconciliaban con su estado.

Doña Gertrudis dijo que se hallaba más tranquila, y apretando la mano a su hija María le dio las gracias por haberle procurado la dicha de comulgar. Era de esperar la mejoría. Todas las señoras la encontraban muy natural y aseguraron a la enferma que no tardaría en ponerse buena. Dios todo lo puede, doña Gertrudis.

La condición en que la Condesa y Vérod se encontraban podía durar, por más que fuera bastante ambigua, siempre que nada interviniera de la parte del joven para alterarla.

No encontraban más que hojas de esquisto debajo de otras hojas iguales, pero no faltaba ávido cazador que siguiese trabajando, y procuraba evocar al genio con nueva fórmula, con grito victorioso. Más interesantes que estos dioses guardadores de tesoros son aquellos que en las cavernas de la montaña tienen el encargo de conservar el genio de toda una raza.