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Soledad se levantó encendida y sonriente de la cama, se limpió las lágrimas con el pañuelo y le echó los brazos al cuello en un rapto de amor y sumisión. Celos. Dos meses después de esta escena entró Manolo Uceda una tarde en la tienda, que á tal hora solía hallarse solitaria. Soledad se había quedado dormida de bruces sobre el mostrador con la mejilla apoyada sobre las manos.

Y delante de la gran fuente, donde van por el agua los hombres y mujeres que los poetas de antes dicen que hubo en la mar, las nereidas y los tritones, llevando en hombros, como si fueran en triunfo, la barca donde, en figuras de héroes y heroínas, el progreso, la ciencia, y el arte dan vivas a la república, sentada más alta que todos, que levanta la antorcha encendida sobre sus alas.

A la muerte no temo: ¿qué es la muerte sino el almo principio de otra vida...? Queda frío en la tierra el cuerpo inerte y vuela el alma que en el cuerpo anida. Vuela el alma a los cielos y en la altura es encendida chispa, es un fulgor, y cuando brilla, desprendida y pura, va a postrarse a las plantas del Señor.

Si hacemos dar vueltas en derredor á una brasa encendida, nos parece que siempre ilumina todo aquel espacio, y en la realidad la luz no está mas que en un punto del círculo que describe la brasa. Del mismo modo nos engañan los otros sentidos.

En aquel momento, Roberto, que se levanta a las siete y trabaja antes de almorzar, entró en el comedor, y, dirigiendo una mirada a su esposa, acarició suavemente su mejilla, algo más encendida que de costumbre. ¿Qué ocurre, querida mía? le preguntó. Le disgusta que yo no haga nada y que tenga el pelo rojo dije como ofendido. ¡Oh! En cuanto a lo del pelo no es culpa suya admitió Rosa.

¡Ajo! ¡una luz aquí! ¡pronto, pronto! Encendida la cerilla, Agapo la acercó y retrocedió, dando un alarido de espanto: ahí estaba el desgraciado niño, los ojos azules aun abiertos... ¡Dios mío! la culpa es mía, por haberle dejado solo... ¡no me lo perdonaré! ¿quién lleva ahora esta noticia a la familia? iré yo.

De tu carrera un punto imperceptible Regeneró este pueblo perfectible! ¡Oh, bien mereces ser llamado sabio, Que en tu alabanza se desate el labio, Que tu sepulcro en lágrimas bañemos, Y que tu noble imágen perpetuemos! Si te dijese: «¡te amo!» ¿qué dirías «Mujer hermosa de azulados ojosQuizá encendida contra en enojos Con tu crudo rigor me matarías.

Nadie, Montiño, nadie dijo doña Clara, que estaba cada vez más encendida. Pues el rey es el rey... siempre rezando y siempre cazando... Pero sacadme de una duda: ¿dónde ha visto su majestad á mi sobrino? Digo á mi sobrino por costumbre. ¡Cómo! ¿No es vuestro sobrino? Doña Clara, os voy á confesar un gran secreto... Juan no es Montiño, sino Girón. ¡Dios mio! exclamó doña Clara.

Pero estas negligencias se repetían tan á menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fué preciso al marido recurrir á los pellizcos y á los pisotones; y ya la señora, que á duras penas había podido hacerse superior hasta entonces á las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos.

La capitulación iba despaciosamente, porque los parlamentarios se habían juntado en Andújar, residencia del General en Jefe, y en Bailén no teníamos noticia de lo que allí pasaba. Temiendo que los enemigos intentaran escaparse, nuestros generales tomaron acertadas precauciones, y la artillería ocupó, mecha encendida, los puestos convenientes.