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Pero tiempo podrá venir en que se enmiende esa falta, y no dura más en hacerse la enmienda de cuanto quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo a mi aldea, que allí le podré dar más de trecientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida; aunque tengo para que ya no tengo ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores.

El Vizconde oyó con placer este en su sentir bello discurso, y le oyó también con asombro, porque apenas había hablado íntimamente con Rafaela desde que, en la aurora de la vida de ella y de él, tuvieron ambos frecuentes y encantadores coloquios en el famoso figón de Lisboa, llamado Retiro de Camoens.

Y álcense estos manteles, y denme a de comer, que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre y sobre mi ínsula. En esto entró un paje, y dijo: -Aquí está un labrador negociante que quiere hablar a Vuestra Señoría en un negocio, según él dice, de mucha importancia.

Más juiciosas son esas chiquillas que llaman minutisas, pues si las han puesto en compañía de tales granujas, saben ellas formar grupos encantadores, ramilletes que parecen corrillos, y jugando á la rueda sin admitir á ningún intruso, se entienden solas.

Que me maten si los encantadores que me persiguen no quieren enredarme en ellas y detener mi camino, como en venganza de la riguridad que con Altisidora he tenido.

¡Válame Dios! -dijo don Quijote-. ¿Es posible que sois vos el que los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla? -Calle, señor bueno -replicó el cartero-, que no hubo encanto alguno ni mudanza de rostro ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della.

Cerca del castillo de Valency yo había notado en el bosque un lugar fresco y ameno en el que mueren encantadores senderos que parten de las aldeas inmediatas y que más lejos van a perderse en la llanura.

Cogió á la señorita Guichard por la mano y, con autoridad, la acercó á la ventana. La luna alumbraba los macizos del jardín y, cogidos del brazo, los dos jóvenes paseaban á lo largo de las filas de plantas, refrescadas por el aire de la noche. Iban lentamente, con paso cadencioso, graciosos y encantadores. ¡He ahí, sin embargo, lo que querías impedir, continuó Roussel con severidad.

¡Oh santo Dios! -dijo a este tiempo dando una gran voz Sancho-. ¿Es posible que tal hay en el mundo, y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura? ¡Oh señor, señor, por quien Dios es, que vuestra merced mire por y vuelva por su honra, y no crédito a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!

-Pues, en tanto que subimos a caballo -dijo don Quijote-, bien podéis decirme si soy yo aquel don Quijote que dijistes haber vencido. -A eso vos respondemos -dijo el de los Espejos- que parecéis, como se parece un huevo a otro, al mismo caballero que yo vencí; pero, según vos decís que le persiguen encantadores, no osaré afirmar si sois el contenido o no.