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Bien que no lo hará, pero es muy posible que esté tan enamorado de ella, como yo de él, y veo que no le podré olvidar jamás. ¿No es una intrepidez enamorarse así de una mujer que no le convenía, mientras que cerca de él, una almita?... ¿Qué haces ahí, Reina? me interrogó mi tío, que había venido sin que yo le sintiese. Me levanté rápidamente, avergonzada de no poder ocultar mi emoción.

Ella creía que un fraile la podía admirar por su talento, estimar por sus virtudes, venerar por su conducta intachable, y gustar de su trato y conversación, y complacerse en ser su amigo; pero enamorarse de ella le parecía tan absurdo, tan contrario a todas las conveniencias y leyes sociales y religiosas, tan monstruosamente feo y chocante, que no quería, ni podía, ni debía sospecharlo en persona del juicio, de la circunspección y hasta de la santidad que en el P. Enrique notaba.

Aquellos gorgoritos de pavo alborotado se los hacía perdonar siempre a fuerza de gracia, amabilidad y chiste. Era un Tenorio aniñado, un niño mozo, pueril hasta para enamorarse: se hacía mimar enseguida, y las mujeres, al quererle, ponían algo de las caricias de madre que todas ellas tienen dentro.

La mujer, al empezar a vivir, al iniciarse en la sociedad, más que enamorarse, lo que desea es enamorar. La mayor ambición de una señorita consiste en inspirar amor. No se resigna a pasar inadvertida. De ahí que trate más de ser ella interesante que de ver quién podría ser interesante para ella. He ahí un egoísmo que, profundamente analizado, resulta una generosidad.

Fuera del kilómetro cúbico está para mis silfos lo infinito, desconocido e insondable. Viven en una hora; pero su inteligencia es tan rápida y tan sutil, que en esta hora tienen tiempo de sobra para instruirse, enamorarse, propagarse, seguir una carrera, elevarse a las más altas posiciones, legar un nombre ilustre a su legítima prole, y hasta cansarse de la vida y apelar al suicidio.

Un día le dijo don Laureano: «¿Sabe usted que una de las vecinitas, la más gruesa, no le mira a usted con malos ojosLo dijo por bromear; pero bastó para que nuestro joven fijase su atención en ella, la fuese hallando cada día más bonita, aunque en opinión de todos no fuese más que pasable, se interesase un poco y concluyese por enamorarse perdidamente. Mario no había conocido a su madre.

He notado que en Andalucía, al enamorarse dos jóvenes, se establece previamente entre ella y él una graciosa hostilidad, donde ambos ponen de manifiesto su imaginación en rápidas y oportunas contestaciones, diciéndose en son de burla mil frases descomedidas.

Claro está que si cometo la torpeza de pintárselo como un héroe, ella no podrá menos que enamorarse. "Decididamente mi opinión es esta: con el recuerdo de la ocasión en que se hablaron con tanta galantería, el año pasado, los dos se habían llenado la imaginación y deseaban volverse a ver; se vieron y la pasión no se produjo. Yo deseo infinitamente que así sea.

Parecía irrevocable. A las cien varas, no obstante, se dijo, levantando la cabeza: «Y al cabo, ¿qué importa que vaya o deje de ir unos cuantos días más? De todos modos, poco después de marcharme, nadie se acordará de tales tonterías, y Rosa seguirá siendo la misma para todos. Lo que interesa es tener fuerza de voluntad para no enamorarse realmente... Y la tendré

Mas no se crea que a nuestro joven se le daba un ardite de la morenita. La prueba de ello es que en toda la semana volvía a acordarse de su figura ni del santo de su nombre. Creía estar a demasiada altura en achaques de amor para ir a enamorarse en un dos por tres de una muchacha morena que enciende un hacha de cera en misa.