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Los empleados pueden, así, manejar todas las noches miles y miles de duros sin la menor emoción. Si tuvieran bolsillos, tendrían, con ellos, el sentido de la propiedad, y al pensar que todo aquel dinero era un dinero ajeno, sufrirían tormentos espantosos. Sin bolsillos, esto es, sin sentido de la propiedad, no se les ocurre nunca guardarse un duro de nadie.

Cuando Ramiro llegó ante el blasonado frontis, los empleados de la justicia regia y comunal se aglomeraban y zumbaban como moscas a uno y otro lado del portalón y en torno a la fuente; mientras las cofradías y las órdenes esperaban, en larga hilera, desde la plaza del Mercado hasta más allá del convento de Santa María de Gracia. Los monjes rezaban.

Entre nosotros, por regla general, los ministros están solos, pues los empleados, en vez de ser cooperadores de confianza, son meros escribientes, salvo, bien entendido, honrosas excepciones.

Se me dijo que dos ó tres de los empleados que padecían de gota y reumatismo, ó quizá estaban clavados en sus lechos, ni por casualidad se dejaban ver en la Aduana durante una gran parte del año; pero una vez pasado el invierno, se arrastraban perezosamente al calor de los rayos de Mayo ó Junio, desempeñando lo que ellos llamaban su deber, y tomando de nuevo cama cuando mejor les parecía.

Tambien ha llegado á entender la reprensible tolerancia que se le advierte con el director, contador, tesorero y factor de la renta del tabaco, con los administradores de aduana y renta del vino, y con el ajente fiscal; los cuales, ademas de reunir los diferentes destinos incompatibles con su principal empleo, disfrutan acciones en la Nao de Acapulco en calidad de comerciantes y vocales del consulado: y en caso de ser cierto lo referido, es la Real voluntad de S. M. que á estos empleados se les obligue desde luego á renunciar semejantes acciones en la Nao y las demas comisiones de comercio, y aun los destinos que obtengan y no sean compatibles con el exacto desempeño de las obligaciones de sus empleos de real hacienda, conforme á lo dispuesto en las leyes y Reales órdenes de la materia, y que de lo contrario sean separados inmediatamente, dando V. S. cuenta á S. M. para que en su lugar nombre á otros que los sirvan con la pureza é imparcialidad que tanto conviene.

Y Gallardo, seguro de su buena estrella, con la tranquilidad arrogante de un hombre de fortuna que forzosamente ha de despertar el deseo allí donde fije sus ojos, marchó al Hotel de París, situado a corta distancia del suyo. Tuvo que esperar más de media hora en un diván, bajo la mirada curiosa de los empleados y los huéspedes, que volvieron la cara al oír su nombre.

Llamaron a todos los empleados en la interpretación de lenguas, que no descifraron tampoco aquella escritura. Los individuos de las doce reales academias vinieron luego y no se mostraron más hábiles.

Y los estrangeros y los grandes empleados, obsequiados galantemente, escribían despues en sus viajes ó memorias que La Real y Pontificia Universidad de Sto.

¿Pues no estamos viendo, mujer, que hay empleados de los tiempos del espotismo? ¿Se mudó, por si acaso, la oficialidá de los regimientos? Si a hablar fuésemos.... Y la arenga bajó de tono y se hizo cuchicheo. ¡Si a hablar va uno... aquí mismo... repelo! ¡Mudaron el jefe, por plataforma... sólo faltaba! Pero los subalternos....

Eran las raquetas de los empleados, que barrían el paño verde, llevándose las monedas, las fichas, todos los despojos de la pérdida, chocando unas con otras las piezas de metal y las de falso hueso.