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Las señoritas alzaban la cabeza para recibir los saludos de la gente de los balcones, ó acogían con ligera sonrisa las ojeadas de los jóvenes agrupados en las esquinas. La emoción religiosa sólo era visible en la muchedumbre rústica que ocupaba las aceras, gentes de tez cobriza, ademanes humildes y voces cantoras y dulzonas.

Y Juan vio con emoción, aquellas pequeñas manos colocar hábilmente sobre la solapa de su vestido las fragantes rosas. ¡Mire un poco dijo sonriendo la joven. Está usted igual a esos jóvenes tan elegantes!... Hasta luego; lo esperamos en el hall. Media hora después la familia se encontraba reunida, y Juan recibía de todos una acogida afectuosa.

Al verla llegar, al cabo, con su vestidito gris, soportando gallardamente las dos existencias en que su ser se partía, una emoción intensa hizo palpitar su corazón. Corrió hacia ella y se apretaron las manos y se miraron a los ojos con embeleso. Luego, cogiéndose del brazo, entraron en el Retiro, y pasearon charlando bajo los árboles.

Ante ese cuadro tan dulce de la antigua vida, acabada para siempre, la joven no pudo contener su emoción y llevándose las manos á la cara rompió en sollozos.

Esta vida serena, suave y rectilínea que acaba de extinguirse bajo la pesadumbre de noventa y seis años, nos da una emoción de vaga tristeza y de simpatía.

De los dos amigos que me asistieron en aquellas circunstancias, el uno ha muerto, y el otro no ha salido nunca de Bretaña. Y ahora que la venerable persona que ha educado a mi hija acaba también de morir, pido vuestra benevolencia para esta niña, si no es que... No pudo acabar y su emoción me conmovió. ¿Tan mal está? le dije. ¡Está muy grave!

Amigo querido dijo Golfín con emoción y lástima es verdaderamente triste que usted no pueda conocer que ese pedruzco no merece la atención del hombre, mientras esté suspendido sobre nuestras cabezas el infinito rebaño de maravillosas luces que llenan la bóveda del cielo. El ciego volvió su rostro hacia arriba, y dijo con profunda tristeza: ¿Es verdad que existís, estrellas?

Por fin tropezó con ciertos bohemios que se prestaron a venderle uno valetudinario y sarnoso. Se lo hicieron pagar bastante caro, visto el afán que por él mostraba. Cuando nuestro fisiólogo se encontró a solas en su laboratorio en presencia de aquel ser, su precursor inmediato, sintió emoción indefinible. Un respeto profundísimo se apoderó de su mente.

Vean ustedes si Pepe Vera sabe jugar con el toro clamó el joven sentado junto a Stein, con voz que a fuerza de gritar se había enronquecido. El duque fijó entonces su atención en Marisalada. Desde su llegada a la capital de Andalucía, ahora fue la primera vez que notó alguna emoción en aquella fisonomía fría y desdeñosa. Hasta aquel momento nunca la había visto animada.

Observó que los clavos de la puerta figuraban cabezas de leones. Llamó de nuevo. El exceso de emoción le embriagaba. Por fin, el cerrojo crujió levemente y el postigo entreabriose; doña Alvarez asomó la cabeza, y después de haberle observado un instante, le dijo en voz baja: ¡Albricias, señor don Gonzalo!