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Don Ramón era pequeñuelo, viejo y flaco; pero tenía mucho espíritu y agallas y no se acoquinaba por poco. Notó don Paco que tenía las manos atadas con un cordel a la espalda, y dedujo que le habían llevado allí y que le retenían por violencia. Pronto las mismas palabras del tendero murciano, tan pródigo de ellas, confirmaron la deducción de don Paco.

Cuando las dos señoritas Lammeter entraron al salón de recepción, el que no hubiera conocido el carácter de cada una de ellas hubiera podido sin duda suponer que la razón que había inducido a Priscila, de acciones vulgares, retaca y mal hecha, a vestir un traje igual al de su linda hermana, era su ciega vanidad o la maliciosa ocurrencia de Nancy para realzar de ese modo su singular belleza física.

Enmudeció repentinamente ante Zoraida que vino a sentarse junto a ellas. No sirves para disimular, Camucha. En la cara te adivino que le hablabas de dijo acariciándola. ¡Indiscreta! Le habrás contado mi manía de ser monja. Carmen, muy colorada, no atinó a defenderse. Pero no se lo creas todo, Adriana. Camucha es demasiado novelera. Aquello fue más bien fantasía de chica.

4 Y cuando viniere el jubileo de los hijos de Israel, la heredad de ellas será añadida a la heredad de la tribu de sus maridos; y así la heredad de ellas será quitada de la heredad de la tribu de nuestros padres. 5 Entonces Moisés mandó a los hijos de Israel por dicho del SE

«¡Nunca!», escribió María en la arena; y las olas se divertían en borrar las palabras que escribía María, como para parodiar el poder de los días, olas del tiempo, que van borrando en el corazón, cual ellas en la arena, lo que se asegura tener grabado en él para siempre. ¿Por qué no me respondes con tu dulce voz? dijo Stein a María.

No es sensato, sin embargo, convertir en certeza tales dudas, puesto que ya no existen las producciones en que pudiéramos fundarnos ; mas no se afirmará que la degeneración del arte no se anuncie ya en estos nimios cuidados que se consagran á recrear los sentidos, y hasta la circunstancia de que ninguno de esos trabajos literarios haya durado hasta nuestros días, parece confirmar que el mérito de casi todas ellas no era extraordinario.

La vejez ayudada de la humedad, incuban en las paredes de la caña esa brillante excrecencia que buscan las dalagas entre las ruinas, adornando con ellas su pelo y sus relicarios. Los añosos y entrelazados troncos de los bacauan que forman los mangles, constituyen una sólida barrera que resguarda contra la rompiente de las olas el camino de Atimonan.

Entre ellas se señalaba un almacén de curiosidades, antigüedades y objetos de arte, situado casi frente a la famosa Ninfa, y, por consiguiente, a espaldas del Casino. Angosta en extremo la tienda, apenas podía encerrar el maremágnum de objetos apiñados en ella, que se desbordaban, hasta invadir la acera.

Al salir del jardín vió el Conde a su lacayo, que iba a llamar al cochero para que se acercase con la victoria. ¡Ramón! dijo el Conde . Id a aguardarme a la puerta del Veloz-Club. A poco la victoria partió. El Conde siguió a pie a las dos mujeres. Dos o tres veces se acercó a ellas y quiso hablarlas.

Nadie prestaba atención a estos gritos: era lo de todos los días. La que vagaba por Madrid, sin traer nada, tenía por segura la paliza. Era una exigencia de las buenas costumbres, una tradición venerable: todas ellas habían visto lo mismo en la casa paterna. Cerrada ya la noche, Pepe el cobrador iba de tabuco en tabuco con su talonario.