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Tambien se fué allí el abad Alonso con sus monges, y el mismo rey les donó el monasterio de Sahagun con sus antiguas posesiones para que le reedificasen y viviesen en él, como lo hicieron hasta el horrible dia en que fueron martirizados aquellos infelices monges, y destruido el monasterio . Mas adelante, bajo la persecucion suscitada por Abde-r-rahman III, el mas grande de los califas, se pasaron tambien al reino de Leon el abad Juan y sus monges, donde hallaron una ermita dedicada á S. Martin junto á Sanabria, y edificaron en ella un monasterio que tomó el título de S. Martin de Castañeda.

Y pensaba: «Todos son personas decentes, todos saben lo que se debe a mi casa, y en cuestión de peccata minuta... allá los interesados». Y encogía los hombros. Este criterio ya lo aplicaba cuando vivían con ella sus hijas. Entonces seguía pensando: Buenas son mis nenas; si alguno se propasa, las conozco, me avisarán con una bofetada sonora... y lo demás... niñerías; mientras no avisan, niñerías.

Su claro talento te sedujo: doble motivo para que le emplee en hacerte feliz, para que se deje de vagas meditaciones y acuda a lo que importa. No qué agudo escritor ha comparado al filósofo especulativo con un mulo que da vueltas a una noria, atado a ella por el diablo de la metafísica, sacando agua que no bebe, y sin comer la abundante hierba y lozana hortaliza que por todas partes le rodea.

Después de la sonrisa de saludo ya no le había mirado más. Sus ojos pasaron repetidas veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar á verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su triunfo. En el mundo sólo existían en aquel momento la baraja y ella. Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista. Nada le importaba que Alicia se olvidase de él.

¿Y no te olvidas de alguno más? preguntó Celinda al terminar ella su lista . ¿No estuvo don Ricardo, ese que trabaja con don Manuel, el de los canales? Movió su cabeza la mestiza negativamente. En toda la noche vi á ese gringo. Luego empezó á reir, dándose sonoras palmadas en uno de sus muslos de relieve elefantíaco, lo que marcó su enorme redondez bajo la ligera faldamenta.

Y a medida que el tiempo se deslizaba, el requemado indiano se iba derritiendo más y más en halagos, entreteniendo su vergonzosa sensualidad. Pero llegó un instante en que la hoguera creció de tal modo que fue preciso alimentarla arrojándola combustible o apagarla de pronto, so pena de abrasarse vivo en ella. Y optó por lo primero.

Después, levantándose, llamó con voz muy alterada a Charito y a Lucía. No podrían ustedes imaginarse lo que ella acaba de decirme. Con seguridad se trata de una nueva farsa, parecida a la farsa de las cartas... parecida... Se interrumpió de golpe y las miró, ruborizándose y como arrepentido de haber provocado una situación incómoda. Tenga más calma, Muñoz, dijo Adriana con dulzura.

Se sacrificaban los hombres: se llenaban los Altares de sangre: no acompañaba la humildad á las súplicas, ni iban conformes el corazon y la lengua. No hay Nacion, por bárbara que sea, que no tenga Religion, porque están plantadas en el corazon de todos los hombres las semillas de ella.

El amante, misteriosamente amado por Trini, sabe que ella le ama, y sabe su deshonra y quién ha sido la causa de ella, todo por una involuntaria revelación de la misma Trini, la cual estaba decidida a callarse, aunque la matase el silencio, para no ocasionar una lucha sangrienta entre los dos rivales, valerosos y poco sufridos ambos.

El amor a la divina representación de Cristo se hubiera combinado con el miedo y con una compasión tremenda que tal vez la hubieran hecho caer en convulsiones, o producido en ella ataques de nervios y hasta delirio.