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¡Eh! exclamaron todos. Pero hablemos muy bajo, porque como por todas partes hay espiones, no se puede uno fiar de su camisa. Dicen que lo de las estocadas que tal han puesto á don Rodrigo, tiene su intríngulis. ¿Su qué?... Su misterio, señores, su misterio. Dicen que esas estocadas han venido de lo alto. ¿De que alto? De palacio. ¡Ah!

Nadie creía en ellos como tales rusos. Con ese ruso no tendrá usted frío, ¿eh, amigo Morote? solían decirle al distinguido periodista. O bien: ¿Un ruso nuevo? Pues ya tiene usted para tirar lo que queda de temporada...

No qué me da de ver a una señorita de buena sociedad arrastrándose por esos suelos de Dios con tijeras en la mano.... Eso no está bien. No me agrada que trabajes para vestirte a ti misma, ¿y me ha de agradar que trabajes para las demás?... ¿para qué sirven las modistas?... ¿para qué sirven las modistas, eh?

Don Víctor calla anonadado por la emoción; luego, haciendo un último esfuerzo, añade: Después me lo quitaron... me quitaron mi bastón, ¿eh?... mi bastón con el puño de vuelta... Y desde entonces... desde entonces... Su voz tiembla y se apaga en un silencio de tristeza infinita.

Bueno, no tenéis en la cabeza ninguna locura respecto del caballo, ¿eh? ¿Lo venderéis bien lealmente y me entregaréis el precio? De otro modo, ya lo sabéis, todo se lo llevará el diablo, porque no tengo otra tabla de salvación. Os agradará menos el desplomarme la casa encima, sabiendo que también os apretará a vos.

¡Qué no! mire usted aquel tipo que está allí, aquel narigón. Ha sido vendedor de trapos toda su vida; se dio importancia, se hizo amigo de algunos diplomáticos, y al poco tiempo la mujer le puso un moño en la boutonniére y ahí lo tienen ustedes. ¡Vean con qué garbo muestra su escarapela! Y cómo goza Montifiori con esas cosas... ¿eh?

Comprendiéndolo, éste le dijo: Te he dado una broma, sin intención... pero ya que lo entiendes así... veremos si le aciertas a la Pampita. Parece que la Pampita te preocupa a ti más que a nosotros... Se lo podríamos telegrafiar a Clota... ¿qué te parece? Viniendo de ti tiene que parecerme bien. ¡Oíganle!... Ché, Melchor; pero qué vida pasará aquí esta gente, ¿eh? ¡Te parece, Lorenzo!

¿Volverás a jugar, eh? ¿Volverás a jugar, perdido? preguntaba ella tirándole de los cabellos, borrando aquella primororosa raya que los partía tan lindamente. No ... particularmente sobre mi palabra te aseguro....

Narcisa corrió a curiosearlos y se complació a la vista de unas elegantes telas de finos colores. Muy amable, dijo a su hermano: Has hecho compras, ¿eh? Y él, con su galante sonrisa, respondió: ; unos trajes para Carmencita. Por ahorraros molestias, yo mismo avisé a la modista de Villazón, que vendrá mañana para que la niña elija modelos. Narcisa se puso verde.

Y contestando con un gracioso saludo al profundo que ya en lo alto de la escalera le hacían los dos viejos, dijo de pronto: ¡Gallego!... Un momento... Tengo que pedirle a usted un favor... Necesito una cruz sencillita..., una encomienda de Isabel la Católica o de Carlos III, cualquier cosa... Se casa un chico de mi apoderado de Granada y quisiera hacerle ese regalito... Es un poquillo vanidoso y le gusta colgarse dijes... Con que le mandaré a usted una notita... ¿Eh, Gallego?...