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Hace algunos meses me aficioné de nuevo a la coquetería; amábame uno, y yo también le amaba. Entonces fué cuando descubrí la verdad: no era ya tan bella. Evidentemente, con los trampantojos ordinarios de la toaleta todavía causaba cierto efecto a la luz artificial. De regreso en mi casa, hallábame cara a cara con la verdad.

En efecto, el señor Tibet, dotado por naturaleza de ingenioso humorismo y excitado además por los brillantes ojos de las muchachas Jonnes, se portó de una manera tal, que atrajo las serias miradas de don Carlos Tomás, quien se le acercó, diciendo casi al oído: Parece que se siente usted malo, señor Tibet; permítame que le conduzca a su carruaje.

En efecto, se ve que entre dos valles separados por alguna montaña secundaria, ó en una planicie cortada por un riachuelo, de un lado reina sin competencia el catolicismo y del otro el calvinismo.

En uno vió á Juanito Pelaez al lado de una mujer, vestida de blanco con un velo transparente: en ella reconoció á Paulita Gómez. ¡La Paulita! exclamó sorprendido. Y viendo que en efecto era ella, en traje de novia, con Juanito Pelaez, como si viniesen de la iglesia, ¡Pobre Isagani! murmuró ¿qué se habrá hecho de él?

En esos momentos, en efecto, estalló con gran violencia la tormenta, y no dio más tiempo que para poner a cubierto el caballo y el coche. Se ha dicho que la soledad nos hace tímidos, mas en ciertos casos produce el efecto contrario.

El fenómeno representa algo en la ciencia, en cuanto es considerado bajo las ideas generales, de ser, de causa, de efecto, de principio ó de producto de actividad, de modificacion, de sus relaciones con su sujeto que es el substratum de otros actos semejantes; es decir cuando es considerado como un caso particular, comprendido en las ideas generales, como un fenómeno contingente, apreciable con el auxilio de las verdades necesarias, como un hecho esperimental, al cual se aplica una teoría.

En efecto, uno de ellos estaba roto, otro estropeado por el agua irreparablemente, y sobre el último una mancha de sangre extendía su fatídico contorno. No parece gran cosa, en verdad balbuceó Federico tristemente. Pero es lo mejor que hemos podido hacer. Recíbelos, viejo, y pónselos en sus zapatos, y dile... dile... dile, sabes... me rueda la cabeza. El viejo tomolo en sus brazos.

Entonces puede entregarse a un embotamiento delicioso... ¿qué efecto ejercerán sobre él los perfumes? Se desnuda y se mete en la cama; pero, antes de disponerse a dormir, se levanta otra vez, coge el vaso con mano temblorosa y hunde su rostro en las flores. ¡Qué semejanza con la primera noche y, sin embargo, qué diferencia! Aquella vez tranquilo y alegre; y entonces...

No se acercaban». Todos los que habían producido en Ana algún efecto, aunque no grande, hablando con los ojos, eran cualquier cosa menos proporciones.

En efecto, D. Joaquín, según su constante modo de ser, había concebido por Arturito la amistad más entrañable. Bien había querido al gaucho Pedro Lobo, pero a Arturito le quería mil veces más, por lo manso y apacible que era, por paisano y hasta por hijo del Sr. Gregorio, con quien tenía, desde hacía muchos años, estrechos lazos de amistoso compañerismo.