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Se hizo la concordia entre los señores Duque de Medina y Marqués de Cadiz, la cual hizo D. Iñigo López de Mendoza Conde de Tendilla, al cual le dió la Ciudad 7000 maravedises por las costas y gastos que había hecho y 53000 á Alfonso de Velasco por los mismos que hizo en los días que estuvieron en su lugar de Marchenilla los dichos señores y otras personas tratando de la paz.

Partió Montaner con cinco caballos, y en llegando á la Ciudad quiso ver al Duque, y aunque le halló enfermo, le dió lugar para le viese, y le recibió con mucha cortesía, y con palabras muy encarecidas le significó el sentimiento que habia tenido del suceso de Negroponte, quando le robaron su galera, y ofreció que en todo lo que se le ofreciese le ayudaria con veras.

Y el duque, riendo sincera o fingidamente, la echó un brazo al cuello y comenzó por un lado y por otro a manosearla como buscando el sitio donde tuviera oculto el dinero. Dando una fuerte sacudida la joven se desprendió de sus brazos y se levantó: Oye, .... ¿Me tomas por una ladrona? exclamó enfurecida. No, sino por una guasoncilla. ¿Te has querido reir de , verdad?

Son muy hermosos dijo María algo más animada ; ¿van a salir en El Heraldo? ¿Lo deseáis? preguntó el duque suspirando. Creo que lo merecen contestó María. El duque calló, apoyando su cabeza en sus manos. Cuando la levantó vio en los ojos de María, fijos en la puerta de cristales de su alcoba, un vivo rayo, inmediatamente apagado. Volvió la cara hacia aquel lado, pero no vio nada.

Había que verla en tales momentos, entrar y salir en las habitaciones, recibir recados, pronunciar órdenes y darse aire de pariente. Sus esperanzas no quedaron fallidas. La duquesa viuda no pensó que un sepulcro abierto la eximía de permanecer fiel a sus principios de contradicción doméstica, y otorgó el consentimiento a su hijo, realizando así contra el duque un acto de oposición de ultratumba.

Indicándole que guardase silencio continué la lectura: «Pregúntele qué mujer está más dispuesta que ninguna otra a impedir el matrimonio del Duque con su prima y por consiguiente a impedir también que alcance la corona. Pregúntele si el nombre de esa mujer empieza con A.» Me puse en pie de un salto y el coronel colocó su pipa sobre la mesa. ¡Antonieta de Maubán como hay Dios! exclamé.

Al entrar vio un viejo ensangrentado que agitaba la cabeza en todas direcciones como para sacudir la sangre. El duque de La Tour de Embleuse gritaba: «¡Acá! ¡Acá! ¡AcáEra todo lo que le quedaba del don de la palabra, el más hermoso privilegio del hombre.

Yo no desprecio ni el vino, ni el juego, ni el amor, pero yo mantendré contra todo el mundo, y contra usted mismo, que un duque de La Tour de Embleuse no debe embriagarse, arruinarse o condenarse más que con sus iguales.

Recibo la de V. E. de 18 de Abril de este año, en que me copia la del Exmo. Señor Duque de la Alcudia, que hace ver que debemos tener por nula la real instruccion de 6 de Julio de 1778, en cuanto

La duquesa, con acento profundo y unción de responso, pronunció lentas palabras, como si meditase en alta voz: El duque no volverá a encontrar un servidor político tan humilde y, al propio tiempo, tan osado.