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Su madre es incapaz... mas como no te vas a casar con ella... En fin... llegamos a mi predilecta... ¡una perla, hijo mío!... No, lo que es a ésta no permito que la critiques... ¡La señorita de La Treillade! Ciertamente, tía, es sin duda alguna lo mejor de la colección... ¡Ya lo creo!

¿Pues qué duda tiene? respondía la otra maquinalmente, dejando a su idea revolotear por el techo. Yo pienso mucho en esto, y me entregaría desde luego a la vida interior, si no fuera porque está uno atado a un carro de afectos, del cual hay que tirar. ¡Ay, Dios mío, la que me espera mañana! pensó la esposa.

Reunido el Comité encargado de la admisión y revisión de obras, el diálogo de Rostand, á pesar de los esfuerzos de Féraudy, que lo leyó magistralmente, fué rechazado por unanimidad. Aquel mismo día había muerto Banville, y el recuerdo de sus «Pierrots» emborronaba sin duda, el mérito de los de Rostand.

Una nota cómica, al par que repugnante, del saqueo de La Maya, fué sin duda la que ofrecieron las mujeres negras que acompañaban á los alzados, las cuales, con un refinamiento de coquetería verdaderamente salvaje, penetraban en los establecimientos y casas particulares, y haciendo caso omiso de otro botín más valioso, se apoderaban con avidez de los frascos de perfume, que destapaban de cualquier modo, y vertían el contenido de los mismos sobre sus cuerpos sudorosos y jadeantes.

Eppie quitó el brazo de atrás de la cabeza del tejedor y adelantó un paso. Sus mejillas estaban encendidas, pero no era de falso rubor: la idea de que su padre estaba sumido en la duda y, la angustia le había quitado esa especie de conciencia de misma.

Se engaña usted, Rodolfo. Angelina es dueña de ese corazón. Lo , no me cabe duda... mi perspicacia de mujer supo descubrirlo ha tiempo. El nombre de Angelina suena en los oídos de usted como celeste melodía. ¡Ya usted lo ! Me estoy volviendo poetisa.... Ustedes se aman. ¿Nada le ha dicho usted? Algún día le confesará usted que la ama.

Fué no más vago sueño mentiroso; hoy me digo: «¡la amé!» A través de los siglos que han pasado, inmóvil en tu asiento; bañada por el mar desenfrenado que ruje turbulento ó seca por el viento que azota tu semblante descarnado, miras llegar tranquila la ola hirviente que rugiendo avanza, se recoge al llegar, duda, vacila y contra con ímpetu se lanza.

Este singular retraimiento de la noble dama, tomó sin duda en boca del pueblo andando el tiempo color de mas novelesca aventura.

Por mucha recreación que Caleb tuviese con sus locos pensamientos, al entrar por una alameda que sombreaba la senda por donde caminaba, le sacó de su cavilación una voz que de este modo iba cantando: Cada cual busca su igual: tal para cual, tal para cual, fortuna sentada adentro al saber que un necio llega, sin duda vendrá a mi encuentro; que el leño al leño se allega, y todo busca su centro.

Todo ello hervía sin duda en las almas, como el mosto en la cuba durante la fermentación tumultuosa. En resolución, Calixto y Melibea se adoran y no es hipérbole ni figura retórica, sino adoración efectiva. Fuera de su amor no ven nada ni queda nada. Ni reconocen el pecado ni hay lugar para el arrepentimiento o para la enmienda.