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Maltrana comenzó a bajar la cuesta de la última calle de las Carolinas, que era la del Mosco. Frente a él, al final de la doble fila de míseras casuchas, estaba el cerro de los Pinos, la fuente del Caño Dorado, un frondoso rincón plantado por los constructores del canal del Lozoya, y que con los años se había convertido en un bosque. El joven vio venir hacia él un grupo de chicuelos.

Su rostro estaba bronceado, mejor dicho, dorado por el sol, desde la mitad de la frente hasta el cuello, conservando en la huella del sombrero y en la garganta una blancura como la de la más pura y delicada cera. Esmeradamente limpia de pelo la cara, su barba era como la de una mujer, y sus facciones realzadas por la luz del Mediodía dábanle el aspecto de una hermosa estatua de cincelado oro.

Repito, pues, que no me explico su empeño en ser nuestro diputado; pero doy por evidente que, una vez logrado su empeño, nos volverá la espalda, nos mandará a paseo, y no nos dará ni pizca de turrón. Como en esto precisamente consiste mi sueño dorado, callándome la razón para no espantar a los secuaces de V., me decido a ser uno de ellos.

Cuando salió a la claridad, con el cielo por techo, vio en lo alto de la escalinata de mármol, con una mano apoyada en el cancel dorado de la puerta de la casa, a su querida esposa que extendía el brazo derecho hacia la luna, con una flor entre los dedos. Eh, ¿qué tal, Quintanar? ¿Qué tal efecto de luna hago?... ¡Magnífico!

Pero pronto reconocian su error, y el vácio que dejaba este desengaño hubiera sido abrumante, si no hubiesen tenido á su disposicion un Dorado y los Césares para llenarlo. Estas dos voces, que son ahora sin sentido para nosotros, fueron entonces el alma de muchas y ruinosas empresas.

Un mes después que hubo conseguido su anhelado objeto, vino a Bournemouth a verme, y me dijo en confianza que su dorado sueño de poseer una gran fortuna estaba próximo a realizarse. Había resuelto el problema, y dentro de una o dos semanas esperaba tener abundantes recursos. Casi inmediatamente después de esto desapareció, y estuvo ausente un mes, como usted recordará.

El fantasma dorado de la gloria, el de fortuna deshechado empeño, ante mis ojos, por su brillo atónitos, plácidos otra vez aparecieron.

Vino la cuenta, y ¡eso si! en una cuartilla de papel azul, formando aguas, sin contar el borde dorado, leí 27 francos.

Una imagen de la Virgen de Begoña, arrancada de su hornacina, era la que más llamaba la atención. ¡Ella tenía la culpa de todo!... Y la silbaban é insultaban mientras la imagen descendía tendida de espaldas, mostrando á flor de agua su vientre dorado y su carita de muñeca sagrada. Un gabarrero, cruzando la ría en su barcaza, avanzó hacia la imagen como si quisiera cortarla el paso.

Jesús, con su nimbo dorado que brillaba entre las sombras reflejando la última y triste claridad de la ventana, y su luenga túnica de infinitos pliegues, extendía las manos hacia ella, clavándole al mismo tiempo una mirada dulce y profunda.