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Sobre ser inconveniente, es de mal gusto y hasta cruel, lo que hice. Procedí como un necio y me pesa de ello: créalo usted. Lucía, levantando el rostro, le miraba. El resplandor de la lumbre doraba su cabello castaño, y teñía de rosa toda su carne: brillábanle los ojos, que alzaba, obligada por la postura.

, adiós, ángel mío, es preciso que nos separemos. ¿Ves? la noche ya es menos obscura, las estrellas palidecen y esa claridad rojiza nos anuncia la proximidad de la aurora. Adiós, pues, Rosita mía. Otro beso... uno solo... ¡el último! alma de mi vida. Y el sol doraba ya las altas torres del convento, cuando aun duraba este beso.

Para esto debió ser creado el hombre, no para acompañarse en los breves días de su existencia del trabajo abrumador, de la airada venganza, de la pálida envidia, de la tristeza roedora. La tradición del Paraíso, es la más lógica y venerable de las tradiciones humanas. El sol doraba ya solamente las cimas de los nogales que circundaban el prado, extendiendo desmesuradamente sus sombras.

Si nos dejasen armar un corro en el patio, chicas, ¿eh? Pareció de perlas la ocurrencia, y salieron al patio de entrada, y de allí al magro campillo colindante, y perteneciente también a la Fábrica. Estaba el día sereno y apacible; el sol doraba las hierbas quemadas por la escarcha, y se colaba en tibios rayos oblicuos al través de los desnudos árboles.

De un momento a otro la vería aparecer bajo el sombrajo del porchu que daba entrada a su casa, llevando al brazo la cesta de la comida y sobre su rostro de milagrosa blancura, que el sol apenas doraba con ligera pátina de marfil antiguo, un sombrero de paja con largas cintas. Alguien se movió bajo el sombrajo, emprendiendo la marcha hacia la torre. ¡Era Margalida!... No; no era ella.

Espléndido sol doraba los campos. Toda la luz del cielo parecía que se colaba dentro del corazón de los esposos. Jacinta se reía de la danza de los algarrobos, y de ver los pájaros posados en fila en los alambres telegráficos. «Míralos, míralos allí. ¡Valientes pícaros! Se burlan del tren y de nosotros». Fíjate ahora en los alambres. Son iguales al pentagrama de un papel de música.

Su tez, reanimada por suave tono rosado, traía de las caminatas al aire libre como un reflejo de luz y de calor que lo doraba. Tenía la mirada más rápida y la cara un poco más delgada, las pupilas como manchadas por el esfuerzo de una vida muy activa y la costumbre de abarcar dilatados horizontes.

El sol iba ya retirándose, pero aún doraba las moharras de las lanzas, en la verja. Sentose Lucía por costumbre bajo el plátano, que, pelado por el invierno, ya se había quedado sin una mala hoja con que dar sombra.