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Bajaron los mozos sin tropiezo su carga; Pepe y Millán tendieron en la camilla a don José, y unos delante, otros detrás, echaron a andar hacia la calle de Toledo. La puntillera, al ver alejarse el triste grupo, comenzó a desahogar su indignación con grandes voces, y la gente de los portales vecinos formó corro en derredor suyo.

Y, cortando algunos, pidió la bendición a su señor, y, no sin muchas lágrimas de entrambos, se despidió dél. Y, subiendo sobre Rocinante, a quien don Quijote encomendó mucho, y que mirase por él como por su propria persona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho a trecho los ramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado.

El reloj de la catedral dio las siete y media. De un brinco se puso Quintanar en pie. ¡Media hora! media hora en un minuto; y no he oído el cuarto.... Y Frígilis va a llegar... y yo no he resuelto.... Don Víctor tuvo conciencia clara de que su voluntad estaba inerte, no podía resolver.

¡Usted! clamó sin cesar de reír . ¡Vaya una ocurrencia, don Julián! El capellán bajó los ojos y frunció el rubio ceño. Sentía cierta vergüenza de su sotana, que le inutilizaba para prestar el menor servicio en tan apretado trance. Y al par que sacerdote era hombre, de modo que tampoco podía penetrar en la cámara donde se cumplía el misterio.

Cuando salió don Fermín de Santa María la Blanca, tenía la boca hecha agua engomada. Aquellas sensaciones, que le habían invadido por sorpresa, le recordaban años que quedaban muy atrás. No le gustaba aquello; era poca formalidad. «¡Diablo de chicasiba pensando.

Demos la vuelta por aquí. ELECTRA. Por aquí. ¡Animo, valor y miedo! DON URBANO, JOS

Cada día aumentaba en don Álvaro la superstición del confesonario, cada día creía más poderosa la influencia del cura sobre la mujer que le cuenta sus culpas.

Había conocido también al primer cardenal de Borbón, don Luis II, y contaba la vida novelesca de este infante. Hermano del rey Carlos III, la costumbre que dedicaba a la Iglesia a los ilustres segundones le había hecho cardenal a la edad de nueve años.

Pero suplico a vuestra merced, señor mío, que no sea de aquí adelante tan vengativo. ¿Por qué lo dices, Sancho? -dijo don Quijote.

Había movido el brasero y se calentaba y se restregaba las manos. Cuando apareció Dorotea, don Francisco la miró con suma gravedad. La comedianta adelantó, se detuvo junto á Quevedo y le miró intensamente. Mea culpa dijo don Francisco. Lo que quiere decir en castellano, que vos tenéis la culpa de todo lo que me sucede. Trasladáis el latín al romance con grande licencia.