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Loco de amor se casó don Carlos Ozores a los treinta y cinco años con una humilde modista italiana que vivía en medio de seducciones sin cuento, honrada y pobre. Esta fue la madre de Ana que, al nacer, se quedó sin ella. «¡Menos malpensaban las hermanas de don Carlos allá en su caserón de Vetusta. Su matrimonio había originado al coronel un rompimiento con su familia.

Y aunque se tomara... Véngase, véngase, don Adrián; y verá usted qué guapamente estudiamos las condiciones marineras del Flash... desde tierra firme.

Ya sabréis, porque lo sabe todo el mundo dijo la Mari Díaz que don Rodrigo Calderón tuvo anoche una mala aventura no se sabe con quién. Pero eso no es un milagro. Escuchad: sabréis además que está muy mal herido.

El coronel Toledo lo afirmaba, húmedas las córneas y moviendo la cabeza. Luego, con un egoísmo celoso, lo arrancó á aquellas damas, ocupadas momentáneamente en conversar con el príncipe y sus amigos. Paseando por los jardines, don Marcos miraba á su héroe con ternura protectora, lo mismo que un artista agotado contempla la ascensión de otro fresco y triunfante.

Los cuatro segundones aparecen sobre el fondo oscuro de una puerta, cuando la cocina es invadida por la hueste clamorosa que sigue al Caballero. ¡Soy un muerto que deja la sepultura para maldeciros! DON FARRUQUI

La señora, que doña Cristina se llamaba, le recibió con muestras de mucho amor y de mucha cortesía, y don Quijote se le ofreció con asaz de discretas y comedidas razones. Casi los mismos comedimientos pasó con el estudiante, que, en oyéndole hablar don Quijote, le tuvo por discreto y agudo.

No perdía allí el tiempo. Informábase de particularidades que le importaban, por ejemplo, el verdadero estado de fortuna de su tío. En Santiago se decía lo que él sospechaba ya: don Manuel Pardo mejoraba en tercio y quinto a su primogénito Gabriel, que entre la mejora, su legítima y el vínculo, vendría a arramblar con casi toda la casa de la Lage.

Tampoco se conservan los que hizo del Cardenal Don Gaspar de Borja, de los maestros de la Cámara del Rey, Pereira y Cardona, de Don Fernando de Fonseca, pariente sin duda de su protector, ni el de Fray Simón de Rojas en su lecho de muerte.

Cuando veía la gente que Antoñuelo y don Paco iban a las nueve a la casa y permanecían allí hasta cerca de las doce, no juzgaba aquella tertulia tan inocente como era en realidad, y la calificaba de amor por partida doble. Las bromas que sobre ello dieron a don Paco algunos de sus amigos le soliviantaron bastante.

Los dos se tenían miedo. Los dos bajaron silenciosos, pensando en la liga de Petra. Antes de llegar a la huerta se encontraron con Pepe el casero que los llamó de lejos, entre los árboles. Don Víctor, don Víctor... eh, don Víctor... por aquí. ¿Qué pasa? ¿Han parecido? ¿Alguna desgracia?