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Domingo de Ramos de 1805. Reina por estos contornos un extraordinario bullicio con motivo de la próxima llegada del Emperador.

León Pinelo, en sus Anales manuscritos de Madrid, habla así de la entrada del Príncipe: Domingo 26 de marzo 1623. «Las galas y libreas fueron riquísimas, el adorno de las calles lucido y puestos á trechos Theatros con danzas, bayles y comedias, máscaras y otras invenciones. El dia no fué muy favorable, porque llovió toda la mañana, aunque la tarde dió lugar á la entrada.

Clara pareció escuchar esto con mucha atención; después le estuvo mirando fijamente por largo rato con cierto asombro. ¿Por qué me miras así? preguntó Lázaro. La huérfana tardó en responder; pero al fin, con voz lenta y cariñosa, dijo: ¿Hace mucho tiempo que no te he visto? No hace tanto. Me viste una tarde: el domingo.

Digo, la Humanidad no, porque es Dios... los hombres, los prójimos, nosotros, que somos todos muy pillos, y por eso nos pasa lo que nos pasa.... Bien merecido nos está... bien merecido nos estáAcordóse entonces de que al día siguiente era domingo y no había extendido los recibos para cobrar los alquileres de su casa.

Un domingo de los últimos de Setiembre, la Fenelón llevó a la otra una noticia importante: «Mañana vienen. Hoy ha estado Candelaria limpiando toda la casa». Lo que Fortunata sintió era una combinación de pena y alegría que no la dejaba hablar.

Obsequiole éste con queso nuevo y vino añejo, diole un pitillo del grosor de un dedo y en seguida violentándose, forzando su propio natural, le reprendió con la poca y tímida aspereza que su bondad, permitía, diciéndole: ¡Qué falta de religión... y qué vergüenza! ¡Trabajar en domingo!

Contigo no regateo, porque me eres simpático a pesar de tus necedades. Pero no me faltes el domingo a la misa de la casa: aléjate del chiflado de Salvatierra y todos los perdidos que se juntan con él. Y si no haces esto, nos veremos las caras, ¿sabes, Fermín? y yo acabaremos mal.

Que lo dijera su mujer, que mal de su grado subía colgada de su brazo, hermosísima, casi contenta, pese a todos los confesores del mundo. Ya no estábamos en el Paraguay: ¡A él jesuitas!». Era lunes de Carnaval. El día anterior, el domingo se había discutido con mucho calor en el Casino si la sociedad abriría o no abriría sus salones aquel año.

Era el cura párroco un fraile exclaustrado de Santo Domingo, muy severo en su moral, muy religioso y muy amigo del orden, de la disciplina y del respeto a la jerarquía social.

Se baila en casa del señor Domingo me dijo el doctor. Buena ocasión para hacerle una visita, si a usted le parece, puesto que le debe usted agradecimiento. Tomamos el camino de Trembles a través de los viñedos, dulcemente emocionados por la influencia de aquella noche magnífica.