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Ahora valgo más que antes, soy mejor, me encuentro en un plano superior. Es el dolor el que nos hace semejantes a la madre de Dios, ese modelo de todas las madres. ¡Ave María, mater dolorosa! »No tema usted, mi pobre duquesa; Germana vivirá. Dios no me hubiera dado este profundo amor por ella, si hubiese resuelto arrancarla de este mundo.

Disminuyó gradualmente la presión de sus manos; miró a Sarto, a Federico y volvió a clavar los ojos en ; después, repentinamente, vaciló, cayó hacia adelante en mis brazos, y yo, con un grito de dolor, la estreché sobre mi pecho y besé sus labios. Sarto me tocó el brazo.

¿Era que la noche antes, sobrecogida, aturdida del golpe, por llamar así su casamiento conmigo, la intensidad del dolor había comprimido sus lágrimas, anegado sus sollozos? Era indudable que Amparo se rendía a su dolor. Era indudable que Amparo sufría una desgracia inmensa. Y leía y releía aquellos papeles. ¡Cartas sin duda del hombre a quien amaba!

Pocos días después se celebró la boda. El invierno se despedía con una rigurosa helada. El recuerdo de un dolor físico se mezcla aún hoy como sufrimiento ridículo, al sentimiento de mi pena. Apoyada Julia en mi brazo, la conduje todo lo largo de la iglesia, atestada de gente, según costumbre provinciana. Estaba pálida como un cadáver, temblorosa de frío y de emoción.

Pero ni una contestación de su letra a sus repetidas cartas, ni un rizo de su cabello que besar, ni un blanco cendal de batista que humedecer con sus lágrimas. El desdichado daría la vida por un harapo de su señora. ¡Ah, mundo de dolor y de trastrueques! La trapera es más feliz. ¡Mírala entrar en el portal, mírala mover el polvo! Y acaso el borrador de algún billete escrito a otro amante.

Tan bien le pareció el plan de su hermano, que el gozo le reprodujo el dolor de cabeza, aunque levemente.

?Para que repetire la relacion de mis dolores? seria en vano. Yo los ignoro, tened la bondad de referirmelos. iBien! por cruel que sea para mi esta confesion, hablara mi dolor. Desde mi juventud, mi espiritu no estaba de acuerdo con las almas de los hombres, y no podia mirar la tierra con amor.

¡El caso de Anastasio! Ahí tienes un hombre víctima inconsolable de un dolor moral. ¿Vas a ponerme como ejemplo un ser inferior, inculto, torpe, aislado de la sociedad en un medio que basta y sobra para llevar a la misantropía? ¡No, pues!

Si Anastasio fuera de la condición que nosotros y tuviera el capital intelectual de que nosotros disponemos y viviera en pleno Buenos Aires, había de encontrar en su propio espíritu y en las influencias circundantes, los estímulos necesarios para triunfar de su dolor por muy hondo que sea y que yo respeto en él, porque es él; porque vive casi solo y a solas constantemente con sus recuerdos atribuladores; pero que no respetaría ni en mismo puesto en la situación en que estoy, felizmente.

La desesperación del anciano infeliz, que engañaba en el cariño de María las memorias de su esplendor pasado y del poder de su familia, dando espantosos gritos, rasgándose los vestidos y arrancándose la barba, manifestaba su intensísimo dolor, sin acordarse de Muley, que, exánime y bañado en su sangre, se revolcaba a poco trecho de él.