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Era un médico presuntuoso y exclusivista, un hombre engreído que hasta entonces había combatido al doctor Avrigny y pasaba por ser gran detractor suyo. Aquel hombre, con amistosa y respetuosa expresión le dijo: » Yo también tengo a mi madre moribunda como usted tiene a su hija. También yo, como usted, he hecho cuanto era posible hacer para devolverle la salud.

Estas son cosas de aquí contestó el viejo. Los de vuestra edad no la habíais visto, y vuestros padres, que conocieron al doctor y a su hija, han tenido siempre buen cuidado de no sacar a conversación a esa mujer, que, como dice tu madre es la deshonra de Alcira.

No sólo sufría su cariño de madre, sino que, si su hija moría, la fortuna del conde se le escapaba. El doctor pretendió que no quedaba otra esperanza que darle a la criatura una nodriza robusta y hacerle respirar el aire del campo. Yo me había informado de una nodriza, y conocía una robusta campesina no lejos de Bruselas, que se había presentado a ofrecerse.

Vivía solo y aislado, y lo peor de todo era, que probablemente, por no haber seguido el consejo del doctor Trevexo, de estudiar en los diarios, me encontraba sin recurso alguno para aspirar a las altas posiciones políticas con que allá en el año 62 me pronosticaba él un porvenir brillante.

Los ojos de Juan Claudio chispeaban; el doctor preguntaba siempre dónde se hallaba situada la ambulancia; Materne y sus hijos alargaban el cuello y apretaban las mandíbulas, y el vinillo añejo, acudiendo en ayuda de la imaginación, aumentaba el entusiasmo cada momento más: «¡Ah, los granujas! ¡ah, bandidos! ¡Cuidado, cuidado, no ha terminado todo!...»

Si no he de adquirir la facultad de que me privaste al nacer, ¿para qué me has dado esperanzas? Infeliz de si no nazco de nuevo en manos del doctor Golfín. Porque esta será nacer otra vez. ¡Y qué nacimiento! ¡Qué nueva vida! Chiquilla mía, juro por la idea de Dios que tengo dentro de , clara, patente, inmutable, que y yo no nos separaremos jamás por mi voluntad.

Quien tiene razón dijo el doctor terminando la frase. Condenas con demasiado rigor, Amaury. Pero me parece... replicó éste con vehemencia. interrumpió el anciano, tu apasionada edad no es clemente, lo , y no quiere transigir con las debilidades del corazón humano.

»Acerca de esto consulté un día al doctor Gastón, aquel médico joven a quien usted concede gran talento, y él me dijo que todo trastorno moral en que se complazca el enfermo tiene grave transcendencia, sobre todo a una edad ya avanzada.

El doctor Reynaud y el abate Constantín, que marchaban con las tropas, se detuvieron junto al herido, que arrojaba gran cantidad de sangre por la boca. No hay nada que hacer dijo el doctor; se muere, es vuestro. El sacerdote se arrodilló junto al moribundo, el doctor, levantándose, se dirigió hacia la aldea. No habría andado diez pasos, cuando se detuvo, abrió los brazos y cayó de golpe al suelo.

Sus balcones aun estaban cerrados, y respetaron su sueño. Mateo Mantoux, que había redoblado su celo desde que el doctor le mantuviera en su plaza, lavaba activamente su ropa al borde de un arroyuelo que corría hacia el mar. El criado del señor Stevens acudió apresuradamente a llamar a su señor. En la vecindad se había cometido un crimen; todo el cantón estaba emocionado.