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Sentado en él Su Divina Majestad, fué escuchando lo que le contaba Adán, sus fatigas, sus malos negocios, las dificultades que había de vencer para ganar el sustento de él y su familia.

«Bajo la ígnica cruz del cristianismo «Que corona tu domo, el despotismo «Yace herido del rayo popular, «Y la divina imágen que soñaron «Los hombres que tu basa levantaron «Le oprime con su planta de titanEs mi barco mi tesoro, Es mi Dios la libertad. Espronceda. Es una linda goleta Ligera como la brisa, Que en el Plata se desliza Cual fantástica vision.

La hermana de mi cuñado ha quedado muy rica, aunque realmente de nada le sirven las riquezas, porque no disfruta de ellas y las reparte entre los pobres: es la santa más delicada de la tierra que he conocido jamás; no tiene nada en su santidad que moleste ni perjudique a nadie; su piedad, cuando sale de la iglesia o de su oratorio, donde pasa la vida, se convierte toda en dulzura y bondad; tiene la sonrisa de los ángeles en la boca y una transparencia celestial en la mirada; es demasiado escrupulosa para misma: no lo fía todo a la generosidad divina y derrama la limosna a manos llenas; las gentes la bendicen y la aclaman como santa.

Mira, nena decía el ingeniero subiendo de tono en su apasionamiento. Tu voz, tu divina voz es lo que más me conmueve. Yo creo que te quise siempre; desde que te conocí, siendo aún muy niña. Te amaba sin darme cuenta de ello; pero el día en que claro, en que supe que te quería, fué escuchando una de esas canciones vascongadas, tan dulces, tan tristes, que parece que cantas con el alma.

Las órdenes menores de portero, lector, exorcista y acólito le parecieron llenas de encanto, por la suma de dignidades que indicaban y por las que anunciaban. ¡Ser portero de la casa de Dios! ¡Leer al pueblo la divina palabra! ¡Lanzar al enemigo malo fuera del cuerpo en que hace presa! ¡Poder acercarse al Sancta Sanctorum! ¡Qué grandiosos y envidiables privilegios!

me permitirás, bella condesa Poldy, que desde luego te tutee sin ceremonias. La cigüeña blanca, que anida años ha en el tejado de la espléndida quinta que yo poseo en las floridas márgenes del Ganges, me ha traído gratas noticias tuyas, tus dulces palabras y tu divina imagen. Bendita sea la cigüeña blanca que tanto bien me ha hecho. Con razón la llamaba yo antes Garuda.

Tenía yo un deseo apasionado de decir a Elena: Te he comprendido, alma piadosa y tierna. Por descreído que yo sea a los ojos de tu fe, he sentido y comprendo tu divina caridad.

Genio, inspiracion divina, Fuego devora mi mente, Y siento en el alma ardiente Una llama circular... Mas ¡qué importa! si á la tumba Pronto caerá el genio mio, Como el torrente bravío Que á morir en el mar!

Margarita. iJusticia divina, me abandono a ti! Mefistofeles a Faust. Ven, ven o te doy la muerte igualmente que a ella. Margarita. Padre celestial, yo soy tuya, y vosotros angeles salvadme, coros sagrados, rodeadme, defendedme: Faust, tu suerte es la que me aflige... Mefistofeles. iYa esta juzgada! Las voces del cielo esclaman: iesta salvada! Mefistofeles a Faust. iSigueme!

Todo había cambiado; su vocación religiosa, su pacto serio con Jesús la obligaban de otro modo más fuerte que los lazos demasiado sutiles del deber vagamente admitido por la conciencia, sin pensar en sanción divina. Antes no quería pecar por dignidad, por gratitud, porque... no.