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Fueron tres mariposas de alas tornasoladas, Que al encontrar amargas las flores del jardin, Al cielo se elevaron, buscando atribuladas Las flores con que ciñe su frente el serafin. Fueron tres chispas ténues de la divina hoguera Que vuestros corazones de casto amor llenó, Chispas que remontaron á la celeste esfera, Y que en estrellas fijas el cielo convirtió.

La alondra cantó en aquel instante. Entonces, en Ramoncito, el dios se fué separando cada vez más del hombre. Ebrio de amor y felicidad también, cantó en el oído de la niña, con voz temblorosa, una porción de frases incoherentes, hijas de su locura divina. La niña cerró los ojos para escuchar mejor aquella música armoniosa....

La misma princesa de los Tupinambas, la divina Paraguassú, heroína de la epopeya nacional, si hubiera resucitado y se le hubiera presentado, le hubiera parecido un adefesio.

Jamás se ha presentado en la escena una aparición de efecto tan portentoso, y este magnífico desenlace reviste á toda esa admirable tragedia de una aureola divina, como lo más sublime que ha producido jamás la poesía cristiana.

De aquí que, para Goethe, el tipo ideal del arte en estatuaría, no fuese el Apolo, sino el Laoconte, donde el dolor, la compasión, y el espanto, están suavizados por la gracia divina de la belleza, hasta el punto de trocarse en soberano y tranquilo deleite.

El juicio y la eficacia de este conocimiento de la naturaleza del alma lo tenemos por derivacion de la luz que nuestro entendimiento recibe de la verdad divina, la cual contiene la razon de todas las cosas, segun lo dicho mas arriba; de aquí es que san Agustin en el libro 9 de Trinitate dice: vemos la inviolable verdad, por la cual en cuanto podemos, definimos perfectamente, cuál es el alma de cada hombre, sino cuál debe ser, segun las razones eternas.

Señor, jamás hubo en el mundo una criatura más colmada de vuestros beneficios que esta humilde pecadora. A medida que voy avanzando en edad, me encuentro rodeada cada día de una protección particular de vuestra divina piedad. En medio de todo lo que acaba de suceder, no he sufrido particularmente una sola desgracia. Mis hijos se encuentran todos a mi lado.

Dulzuras destella tu luz de topacio, luminosa estrella del celeste espacio. Y viendo que de ella yo nunca me sacio, me sonríes bella, desde tu palacio. Tus fulgores dame, que amante los guardo en mi ánima opresa, y deja que te ame nostálgico el bardo, ¡divina princesa!

Ana y S. Benito, y dentro de la iglesia, para aplacar la cólera divina manifiesta en la terrible peste que padecia la ciudad. 1443 y siguientes.

Sus cuadros lo atestiguan. El de la Adoración de los Reyes es, ni más ni menos, lo que hacían los demás artistas de entonces; Zurbarán por ejemplo: pero el Cristo flagelado, de Londres, aún después del suplicio conserva la belleza del vigor y el Cristo crucificado, de Madrid, en el momento de morir resplandece por la pureza de sus líneas: en ambos casos dio a la figura divina la hermosura por atributo.