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Al arroyo, hija; divertirse; usted sale de aquí, y cuando se vaya, sahumaremos, , sahumaremos... Perfec... tamente». Esto lo dijo en la puerta y luego se retiró sin añadir una palabra más. Doña Lupe le aguardaba en la sala para saber si había sido más afortunado que ella en la averiguación de la verdad, y allí se estuvieron picoteando un buen rato.

Aquel amor, tan nuevo para él, causábale una exaltación sombría y huraña, con lo que parecía divertirse la señora de Maurescamp. El señor de Maurescamp continuaba no viendo nada. Sin embargo, por una u otra razón, parecía preocupado, menos expansivo, menos bullicioso y preponderante que de costumbre, y hasta triste. Su fisonomía encendida, poníase pálida y desencajada.

El otro hace lo mismo; ambos se acaloran, y vienen á las manos. Pero el último, ¿no ha venido al teatro para divertirse? ¿Es diversión vocear y disputar?

Con gran sorpresa de Adolfo, Coca se negó enérgicamente a este viaje, ella siempre la más deseosa de distraerse y divertirse en casa de sus tíos... Dijo que ello significaría una huida cobarde, que era mejor afrontar la situación, que no valía la pena...

Hay tantas personas que dan vueltas como palominos atontados... Bastantes ocasiones hay de romperse la cabeza sin divertirse en escoger los malos caminos. Cuando te cases ¿irás á vivir en América? Dios me libre. América, como has podido ver, es un país imposible. Tanto valdría vivir en una manufactura de provincia, en medio de la agitación de los negocios y sin ningún recurso para distraerse.

Echaremos abajo la arboleda, para que los correligionarios del cuarto estado se calienten en invierno; le meteremos el arado a la tierra para que críe trigo, y ¡viva el pan barato!... ¡Catorce leguas para divertirse un hombre, cuando el cuarto estado no tiene mas que siete pies de tierra en el cementerio!... ¡Pero si eso es casi tan grande como una de las provincias del sistema unitario!...

No contento con esto, quería divertirse a costa de él, y recordando un pasaje de la vida de Estupiñá que le habían contado, decíale: «A ver, Plácido, cuéntanos aquel lance tuyo cuando te arrodillaste delante del sereno, creyendo que era el Viático...». Al oír esto, el bondadoso y parlanchín anciano se desconcertaba.

No era probable que hubiesen venido a Madrid a divertirse, porque entonces el marido, labrador, hacendado, mercader o algo así, de alguna población de Andalucía o de Sevilla misma, las hubiera acompañado, y él también se divertiría y curiosearía. El marido debía ser un hombre ocupado. ¿Y qué ocupación podía tener el marido en Madrid, sino la de un empleo del Gobierno?

No había de hacerlo ella todo. ¿Quién guiaba la casa? ¿Quién la salvaba en los apuros? ¿Quién conjuraba las cesantías? ¿Quién sorteaba las dificultades del presupuesto? ¿Quién era allí el gran arbitrista rentístico? Visitación. Pues que la dejasen divertirse, salir; no parar en casa en todo el día.

En los momentos que les dejaban libres sus graves y laboriosas ocupaciones, gustaban de danzar y divertirse: casi todos ellos eran músicos y tenian unas flautas, semejantes á la zampoña, pero largas de mas de seis piés.