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, repuso sencillamente sufrimos un poco... ¡Ya ve! se rió Zapiola despidiéndose. Yo en lugar suyo volvería al salón. Me quedé solo. El pensamiento de Elena volvió otra vez; pero en medio de mi disgusto me acordaba a cada instante de la impresión que recibió Zapiola al ver por primera vez los ojos de María. Y yo no hacía sino recordarlos.

El mágico efecto que causaron se reflejó en la respuesta: ¿Y cuándo nos golvemos a ver? dijo embolsando carta y dinero. Si contestara... ¡Están verdes! Pues cuando le des la carta o la hayas puesto donde la coja, al otro día haces una escapada. Muy tempranito ha de ser. La perspectiva de un madrugón disgustó a don Juan; pero repuso bravamente: ¡No importa!

Don Francisco de Quevedo y Villegas, del hábito de Santiago, señor de la torre de Juan Abad, y secretario del virrey de Nápoles, solicita urgentemente y para asuntos graves, una audiencia de vuestra majestad. No me dejarán parar dijo el rey con disgusto . ¿Y quién ha dicho á don Francisco que yo estoy aquí?

Estudió jurisprudencia en las universidades de Bonn, Heidelberg y Berlín, aunque con disgusto y sin otra mira que complacer á sus padres, más ocupado en el estudio de las lenguas y de las literaturas antiguas y modernas, así de Occidente como de Oriente, que en el de las leyes y sus fundamentos. Ya en esa época acariciaba la idea de trasladar la gran epopeya de Firdusi á la lengua alemana.

Viéndole tan sabio, quiso costearle la carrera del sacerdocio. Pero Maltrana, a pesar de su timidez, acogió la oferta con un mohín de disgusto. ¿No tenía vocación de cura?... La buena señora no quiso torcer su voluntad. Que estudiase lo que quisiera; al fin, en todas las profesiones se podía servir a Dios y defender las sanas doctrinas de las personas decentes.

Y al fijarse en el papel que le ofrecía Montenegro, hizo un mohín de disgusto. ¡Otro encarguito! exclamó irónicamente. ¡Vino combinado para el embarque!... Bien van los negocios, señor Dios. Antes éramos la primera casa del mundo, la única, por nuestros vinos y nuestras soleras del país.

Y el otro, el de más allá, aquel señor moreno, delgado, de mirada viva y pálida sonrisa, es el célebre autor de la cuestion de los pesos mejicanos que tanto disgusto dió á un protegido del chino Quiroga; ¡aquel empleado tiene en Manila fama de listo!

Y del escándalo y del disgusto se morirá tu padre. ¿Qué más muerte que la que tenemos encima?

Era indispensable poner a Nieves en la precisión de aclarar aquel misterio; pero ¿cómo? ¿por buenas? ¿por malas? ¿mandándola venir? ¿yendo él a buscarla? Y si resultaba al postre que todo era una pura alucinación suya y que Nieves tenía razón, ¿qué pensaría de él? ¡Qué disgusto para la pobre niña!... Pero ¿y si había algo?

No querría que vuestra merced tuviese trabacuentas de disgusto con esos mis señores, porque si vuestra merced se enoja con ellos, claro está que ha de redundar en mi daño, y no será bien que, pues se me da a por consejo que sea agradecido, que vuestra merced no lo sea con quien tantas mercedes le tiene hechas y con tanto regalo ha sido tratado en su castillo.