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Había acudido doña Guiomar desasosegada y con disgusto a la visita del señor Ginés de Sepúlveda, al que encontró todo mezquino y encogido, y tan espantado como quien se cree en un gravísimo peligro.

Lo que por otra parte contrariaba grandemente á la duquesa, era que el encargado de representar al rey como padrino, fuese el conde de Olivares, otro intrigante, otro enemigo del duque de Lerma. Así es que la duquesa no se cuidaba de disimular su disgusto. Don Juan la saludó profundamente.

La escena del incesto es horriblemente bella, y demuestra el poder del arte del poeta, que ha sabido presentar un acto de la inmoralidad más repugnante, sin hacer impresión alguna de disgusto, sino, al contrario, inspirando un horror puramente ideal.

Con tal motivo asomaban la cabeza mil pasiones sórdidas en el alma de los que más debieran tenerla atribulada. Salabert pensaba con disgusto en la herencia que revertía a su hija. Hizo nuevos esfuerzos para que su esposa revocase el testamento, pero inútilmente. Por primera vez en su vida D.ª Carmen daba señales de gran firmeza de carácter.

En el fondo gris de la vida cotidiana se abrían a modo de abismos obscuros, llenos de misterio y de sombras movibles y mudas. Se acordó de la clase donde daba todos los días las lecciones, de la fisonomía de los alumnos, que no le inspiraban ya sino disgusto, de sus cuadernos azules, con manchas de tinta, sucios, llenos de faltas estúpidas, idiotas, que hacían aún más detestable la vida.

Cosa rara en una joven; gustaba de los libros serios y se perecía por los históricos. Había leído tres o cuatro veces la «Historia» de Alamán, y solía atreverse contra los juicios del célebre escritor, no sin gran disgusto de mi tía Pepa, para quien los dichos de don Lucas eran un evangelio. Discurría de historia patria con mucha donosura, sonriendo, sin fatuidades ni alardes de saber.

Su taciturna tristeza, dado su carácter regocijado, parecía superior á la pena que pudiera sentir por el mal de Doña Blanca, y aun al mismo disgusto que los devaneos mentales y los dolores fantásticos de su amiga debieran causarle.

Lo cierto es que comúnmente puede mas en un Príncipe un pequeño disgusto para castigar, que grandes y señalados servicios para perdonar, ó disimular algunas ofensas de poca, ó ninguna consideracion. ¿Pero qué maldad hay que no acometa un Príncipe injusto si se le antoja que importa para su conservacion?

Le depuso sin ira, y Hescham bajó del trono sin disgusto: todo estaba ya muerto en esta ciudad, todo era ya para ella un hecho indiferente.

En aquel momento apareció por la escotilla la cabeza de Simoun. Pero ¿dónde se ha metido usted? le gritó don Custodio que se había olvidado ya por completo del disgusto; ¡se perdió usted lo más bonito del viaje! ¡Psh! contestó Simoun acabando de subir; he visto ya tantos ríos y tantos paisajes que solo me interesan los que recuerdan leyendas...