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La activa labor de Alfredo Capus ha producido una obra higiénica, limpia de pasiones tenebrosas, risueña y simpática, llamada á dejar rastro firme y original en la historia del teatro contemporáneo. Discutiendo la finalidad de las obras artísticas, escribía Flaubert: «El arte, teniendo en mismo su razón de existir, no debe ser considerado como un medio.

Al Altozano. Todo el mundo se pasea de lado a lado. Allí un grupo de políticos discutiendo inflamados. Parece que en Popayán no están contentos con el gobierno, lo que ha determinado, por antagonismo, la adhesión de Call; ¿qué hay de Cipaquirá?

¡A ver!... ¡esa gente!... ¡Si no quieren churrasquear! gritó Melchor desde la puerta del jardín y el grupo abigarrado y cadencioso se dirigió hacia el monte discutiendo a voces las condiciones de los caballos, que los muchachos paseaban a morral: ¡Le tomo! amigo, dos paradas de a peso al «rosillo» contra el «malacara»... Doy tres a dos al «gateao», contra el que raye.

Hacían preguntas al muchacho para apreciar sus adelantos, y a todos los asombraba con la rapidez y aplomo de sus respuestas. ¡Que le fuesen al nene con preguntitas!... Isidra, oculta tras un portier, llamaba a las criadas para que admirasen al chico. Era el propio Niño Jesús discutiendo con los doctores del Templo, tal como ella lo había visto en ciertas estampas.

que es absolutamente imposible el quedarse, discutiendo con vos, con la última palabra. No soy, sin embargo, un primo insoportable. ¿Qué os he hecho? Pero, nada. Os doy una prueba de ello, prometiéndoos acompañar vuestro cuerpo a la última mansión. ¡Mi cuerpo! exclamó con doloroso escalofrío. Aun no estoy muerto, señorita. Sabed que no me mataré y que parto para Rusia. ¡Buen viaje, primo!

Ratos felices eran para Rosalía estos que pasaba con la marquesa discutiendo la forma y manera de arreglar sus vestidos. Pero el gozo mayor de ella era acompañar a su amiga a las tiendas, aunque pasaba desconsuelos por no poder comprar las muchísimas cosas buenas que veía. El tiempo se les iba sin sentirlo.

Otros rodeaban a un compañero que, abriéndose la camisa, mostraba el pecho. Apenas si le quedaba señal de las postas que le habían metido entre las costillas. Después de dos semanas de descanso, volvía aquella noche a la faena. Hablaban de los compañeros que estaban en la cárcel de El Escorial, discutiendo lo que les podría «salir».

No eran para ellos; esto le parecía la más terrible crueldad de la injusticia. Pero, además, ahora aquellos granujas discutiendo el nombre de lo que no habían de comer, se le antojaban compañeros de desgracia, hermanitos suyos, sin saber por qué. Quiso llegar pronto a casa. Aquel enternecerse por todo la asustaba. «Temía el ataque, estaba muy nerviosa». Corre, Petra, corre dijo con voz muy débil.

Cuando se alejaron los muchachos para incorporarse al corro, discutiendo en voz baja el modo de repartirse los turnos, cesó el Cantó en su lastimera poesía, lanzando el último cacareo con voz dolorosa, que parecía desgarrar definitivamente su pobre garganta.

Aquella noche, mientras tomaban café en el terrado adornado de naranjos y adelfas y Blanca descifraba en el piano un nocturno de Chopin, estaban discutiendo la cuestión de una nueva institutriz y la de Candore se quejaba vivamente de la dificultad de hallar una reemplazante para miss Dodson.