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Por la mañana el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía el sol tostaba mi rostro; por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la montaña y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos.

Temo, gentleman, que sus ojos, acostumbrados á abarcar únicamente las cosas enormes, no lleguen á distinguir los detalles y delicadezas de una mujer pequeña como yo. Y el profesor, al decir esto, se ruborizaba, bajando los ojos. Al fin, una tarde, al salir del plato-ascensor, recomendó á dos servidores que cargasen con un disco de cristal llegado con ella.

El gran disco que transmitía a la bomba la fuerza del viento, estaba aquel día muy perezoso, moviéndose tan sólo a ratos con indolente majestad; y el aparato, después de gemir un instante como si trabajara de mala gana, quedaba inactivo en medio del silencio del campo. Ganas tenían las dos recogidas de seguir charlando; pero la monja no las dejaba y quiso ver cómo aclaraban la ropa.

Así, en el momento de salir el Sol, la Tierra recibe su mínimum de calor, para irse calentando cada vez más á medida que el movimiento diurno, haciendo elevarse el disco del astro, disminuye la oblicuidad de sus rayos. Á las doce, el calor recibido alcanza su máximum, para empezar á disminuir en seguida hasta la hora del ocaso.

Pasó el joven más allá de los Almacenes de la Villa y examinó las casas de un solo piso alto que allí existen. Como ignoraba cuál era la que servía de abrigo a los adúlteros, resolvió vigilarlas todas. La noche se venía encima y Maxi deseaba que viniese más aprisa para dejar de ver el disco, que le parecía el ojo de un bufón testigo, expresando todo el sarcasmo del mundo.

Por entre el follaje se alcanza a ver el disco de la luna, cuya luz pálida platea las cumbres de los cerros lejanos, y produce un temblorcito... ¿está usted?, un temblorcito sobre la superficie... ¡Oh!, ... del agua. Comprendido, comprendido. ¡Lo que a usted se le ocurre...! Pues bien, señora, para este bonito efecto me harían falta algunas canas.

Primero era una estrella, después una luna, después un sol enorme que se iba extendiendo y adquiría al mismo tiempo un vivo color rojo. Aquel sol crecía, crecía constantemente. Su disco inmenso de color de sangre tapaba la mitad de la bóveda; después, cubrió las dos terceras partes; por último la llenó toda. Don Roque quedó un instante deslumbrado. De repente no vió nada.

Tres años de suplicio, amor mío, acostándose sobre un lecho de aquellas piedras, sin dormir, sin descanso, golpeada cada día, y viviendo del alimento más miserable, en el cual echaban animales inmundos, para mortificarla y hacerla expiar su crimen, según decía la superiora. ¡Por el disco del sol! exclamó el gitano ; entonces, ¿si nos sorprendiesen?...

El sol iba a sumergir muy pronto su abrasado disco en el cristal de las aguas, iluminando algunos parajes de la llanura con dorada y fantástica claridad y dejando otros en la sombra. Los rumores eran más graves y profundos, de una melancolía infinita. Aquella masa inconmensurable de agua perdía lentamente su color azul, tomando otro verde muy opaco sembrado aquí y allá de fugaces reflejos.

Tomó la gran redondela de cristal que estaba sobre la mesa, y al colocarla en uno de sus ojos fué tal su emoción, que faltó muy poco para que el disco duro y transparente cayese como un proyectil, matando á varios doctores del cortejo. Debo estar soñando se dijo el ingeniero . Esto no puede ser. Resultan demasiadas sorpresas juntas para que yo acepte como realidad lo que veo en este momento.