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; y se ha observado que cada uno entra en su casa: esto lo hacen para desorientar al que los sigue. Algunas noches se les ha visto dirigirse á otros sitios; pero nunca se ha notado que todos vayan á uno mismo. Pero ya lo averiguaremos, descuide usted. Pues si esa reunión es cierta dijo el Doctrino, es un complot sin duda: ¡qué ocasión! ¡Y quería usted dejarla pasar!

Cansado de este abandono, salió Fernando a la cubierta, y al dirigirse hacia el lado de proa, lo primero que vio en «el rincón de los besos» fue a Nélida tendida en una silla larga, con los ojos entornados, dejando al descubierto una buena parte de sus piernas, cubriéndose la cara con una mano como si quisiera ocultar su rubor, mientras a través de los dedos brillaban sus ojos de malicia.

Si parece usted un espantajo. ¿Qué diría la gente si le ve y le oye hablar aquí y requebrar en la oscuridad a una mocita? Capaz será de decir que ha perdido usted la chaveta y que no sirve para secretario del Ayuntamiento y consejero de don Andrés. Don Paco se apartó entonces y dejó pasar a Juanita; pero en vez de dirigirse hacia la fuente, se volvió, siguiéndola, hacia el lugar.

Se ha observado con mucha verdad que las masas tienen una tendencia al despotismo; esto dimana de que sienten su incapacidad para dirigirse, y naturalmente buscan un jefe: la que se experimenta en la guerra y la política, se nota tambien en las ciencias.

Sin aguardar más, a mano vuelta, según íbamos caminando emparejados, le dirigí una tremenda bofetada, que le hizo caer sobre los vagones estacionados sobre la vía del muelle. Me pareció entonces que me había dicho la injuria más atroz que a ningún ser humano puede dirigirse.

Comenzó á mostrarse más grave y á adoptar en la conversación aquel tono de superioridad displicente que siempre le había caracterizado. Mitigábalo, no obstante, al dirigirse á Soledad, por un resto de temor, que al cabo también fué desapareciendo.

Al mismo tiempo ¡cosa extraña en él! experimentó cierta timidez que le impedía hablar; una timidez semejante a la que había sentido en los tiempos de su primera juventud, cuando, lejos de las fáciles conquistas en su predio de Mallorca, se atrevió a dirigirse a las señoras conocidas en la península española... ¿No era un acto indigno de él hablar de amor a aquella muchacha a la que había visto como niña hasta poco antes y que le respetaba cual si fuese su padre?

Era necesario salir de aquella terrible duda; saber si todo era pura ilusión, o si efectivamente se encontraba cerca de la hermana de su alma. ¿A quién preguntarlo? La señora de la casa estaba lejos; no era oportuno levantarse y dirigirse a ella: además, todo el mundo se enteraría.

Julio mostró cierta inquietud, como si pretendiese cortar la conversación. Deja á mi padre. Hoy dice eso porque la guerra no es todavía un hecho, y él necesita contradecir, indignarse con todo lo que se halla á su alcance. Mañana tal vez dirá lo contrario... Mi padre es un latino. El profesor miró su reloj. Debía marcharse: aún le quedaban muchas cosas que hacer antes de dirigirse á la estación.

Martín se enteró también de la llegada de los domadores con sus fieras enjauladas, y a la mañana siguiente, al levantarse, lo primero que hizo fué dirigirse al prado de Santa Ana. Comenzaba a salir el sol cuando llegó al campamento del domador. Uno de los carros era la casa de los saltimbanquis. Acababan de salir de dentro el domador, su mujer, un viejo, un chico y una chica.