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Al regresar aquí he sabido que Eulalia había partido hoy para el campo. ¿Es que acaso sabía...? ¡Oh! yo partiré, yo también quiero partir; y mil veces he dirigido el cuchillo contra mi pecho, y mil veces he pedido a Dios la muerte y el aniquilamiento, porque si mi alma había de sobrevivir y recordar todo lo que ha vivido, era preferible no morir.

La moral no se escribe sino sobre el código eterno de una verdad que no se suma, que no se palpa: una verdad lúcida, inocente, afectuosa y bella como el recuerdo de una madre; alta, noble, expansiva y universal como la idea de Dios. =Moralidad de Paris con relacion á las costumbres=.

No entendemos esa razón, señor galán respondió Rincón. ¿Que no entrevan, señores murcios? respondió el otro. No somos de Teba ni de Murcia dijo Cortado ; si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios. ¿No lo entienden? dijo el mozo . Pues yo se lo daré a entender, y a beber, con una cuchara de plata: quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones.

Cogió con mano febril la blusa azul del cochero que volvió la cabeza. ¿Qué hay señorito? A la Plaza Nueva... a la Rinconada.... , ya ... pero ¿ahora? , ahora mismo, y a escape. El coche siguió al paso. «Si está don Víctor, que no lo quiera Dios, basta con que Ana me mire, con que me vea allí... Si no está... mejor. Entonces hablaré, hablaré...».

D. Gaspar se va furioso á las guerras de la Valtellina, donde le matan de un arcabuzazo, y, por fin, los dos jóvenes se casan, son muy obsequiados, y viven luengos años en paz y en gracia de Dios.

Habiendo nuevo pecado, nueva infracción de la ley moral en el remedio, aunque este segundo pecado sea menor que el primero que cometiste, no debes cometerle. Dios, si quiere, remediará el mal causado. ¿De suerte que no hay más que cruzarse de brazos; dejar rodar la bola? No hay más que dejarla rodar, ya que deteniéndola puedes hacer que todo ruede.

Porque, si va a decir verdad, que en fin es hija de Dios, quiero que sepa el señor alcalde que nosotros no somos cautivos, sino estudiantes de Salamanca, y, en la mitad y en lo mejor de nuestros estudios, nos vino gana de ver mundo y de saber a qué sabía la vida de la guerra, como sabíamos el gusto de la vida de la paz.

Por Dios, querida condesa dijo esta usted con sus imprudencias es la que ha echado a perder a este muchacho, enseñándole cosas que aún no está en edad de saber. Por mi parte la conciencia no me acusa palabra ni acción que haya dado motivo a que un joven apasionado se extralimitase alguna vez. La juventud, Sr. D. Pedro, tiene arrebatos; pero son disculpables, porque la juventud...

De vez en cuando la acercaba a los labios y tragaba parte de su contenido alzando en seguida los ojos y exclamando interiormente: «¡Dios mío, que pase de este cálizTal vez que otra posábalos también con inefable serenidad en sus verdugos, expresándoles de una manera conmovedora que si Dios les perdonaba su crueldad, ella, por su parte, no tenía inconveniente en otorgarles un amplio y generoso perdón; aunque mucho dudaba que el Supremo Hacedor se lo concediera.

En cuanto al menor, tenía el señor Esteban la convicción de haber engendrado un Padre de la Iglesia, al que le estaba reservado un sitio en el cielo a la derecha de Dios omnipotente. Gabriel había adquirido en el Seminario esa dureza eclesiástica que hace del sacerdote un guerrero, más atento a los intereses de la Iglesia que a los afectos de la familia.