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La venida del infante dió notable contento á los que entonces se hallaron en Galípoli, particularmente á Montaner grande criado, y apasionado de su casa. Admitieronle como á Lugarteniente del rey sin dificultad ni réplica todos los que se hallaron presentes, que aunque fueron pocos, por ser los primeros se les agradeció de parte del rey.

Y los que no lo hicieron en verso felicitaron en prosa a los desposados, resultando que lo mismo unos que otros coincidieron en desearles «una eterna luna de miel.» Y lo mismo el periódico local que al día siguiente dio la noticia.

Y a pesar de que el joven la tenía fuertemente sujeta entre sus brazos, ella manoteaba, defendiéndose para no caer en el negro abismo que veía su trastornada imaginación. Luego dio un alarido y rompió a llorar con desesperados gritos: ¡Mi padre... mi pobre padre! Míralo: está en la puerta... entra... nos mira; lleva una mortaja... blanca, blanca como la nieve.

Anduvo calles y más calles, retrocedió, dio vueltas a esta y la otra manzana, y la dama nocturna no parecía. Mayor desconsuelo no sintió en su vida. Si la encontrara era capaz hasta de hablarle y decirle algún amoroso atrevimiento. Se agitó tanto en aquel paseo vagabundo, que a las once ya no se podía tener en pie, y se arrimaba a las paredes para descansar un rato.

La gitana escuchaba sonriendo, sin dejar de engullir ávidamente los garbanzos, pero al mentar Zarandilla su fealdad cesó de comer. Caya, cegato, mala sombra. Premita Dió que te veas toa la vida bajo tierra, como tus hermanos los topos... Si ajora soy fea, tiempos hubo en que me besaban los zapatos los marqueses. Bien lo sabes , arrastrao...

Esta informalidad inexplicable, puesto que no se dió razón alguna que siquiera la disculpara, merecía seguramente, cuando menos, alguna agria censura y justa reconvención; pero ni aun ese desahogo fué permitido al atónito traductor, por cuanto el editor comenzó su discurso de entrada diciéndose á mismo todo lo que en otro caso le hubiera dicho el traductor, y ya se sabe que, cuando dos se proponen reñir por algún motivo, y el culpado descarga sobre mismo, como artículo de previo pronunciamiento, la ira y los denuestos que competen á su adversario, éste se queda desarmado y reducido al más profundo silencio.

Dos que había buenos, del uno se servía el Visorrey y del otro tomaba quien podía. Con toda esta carestía, no se dió paga entera á los soldados desde que partimos de Mesina hasta que se perdió el fuerte, sino dos escudos en tres veces que les dieron socorro, y así murieron muy muchos por no tener dineros con que gobernarse.

Por eso tenía poco mérito el embromarlas. Jamás se dio el caso de verlas enfadadas con sus amigos, y eso que algunos se deslizaban en sus guasas hasta llegar no pocas veces a la grosería. En cambio eran muy propensas a la guerra intestina, esto es, a irritarse una con otra; pero ya sabemos en qué paraban siempre estas misas.

Convencido estoy de que has querido darme una lección de moral, parecida en su traza a la que dio don Illán de Toledo, famoso mágico, a cierto ambicioso Deán de Santiago. , con todo, no has querido demostrar que yo soy ingrato. estabas seguro de mi gratitud.

Un nuevo personaje se mezcló en esta escena violenta. Era el señor Antonio el Morenito, apiadado de los lamentos de aquellas gentes y furioso de la dureza de los alemanes. ¡Por vía e Dió! Esto es pior que la Inquisisión... Y esto quien lo arregla e un servior, aunque er buque se vaya a pique.