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Cuando por la noche estaban doña Manuela y Leocadia acostando a don José, éste dijo a su hija: ¿Suele venir Pepe muy tarde? No: casi siempre antes de las doce. Pues espérale hoy y dile que entre a la alcoba: tengo que hablar con él. Madre e hija adivinaron de lo que se trataba, mas ninguna dio a entender la sospecha. A todos sorprendía por igual el prolongado silencio de Tirso.

Lo he ido aplazando de un momento a otro, porque a la verdad me duele en el alma tocar este punto... Pantaleón me ha mandado decirte que sus medios de fortuna no le permiten manteneros a ti y a tu esposa. «Si fuéramos ricos, me dijo, no tendría mayor inconveniente en que Mario se divirtiese y pasase la vida holgando, pero, hija, nosotros tenemos sólo lo necesario para vivir decorosamente... Dile que la obligación primera de todo casado es sostener a su familia con el producto de su trabajo.

10 Y Eliseo le dijo: Ve, dile: [Podrás] ciertamente sanarse. Pero el SE

Ya ves, Juanito mío, que esto no es vivir. Dile a ese chico que no sea machacón. Al fin, dos meses de relaciones no dan derecho para tanto.

Hasta que Piedad dio un salto en sus brazos, y se le quiso subir por el hombro, porque en un espejo había visto lo que llevaba en la otra mano el padre. «¡Es como el sol el pelo, mamá, lo mismo que el sol! ¡ya la vi, ya la vi, tiene el vestido rosado! ¡dile que me la , mamá: si es de peto verde, de peto de terciopelo! ¡como las mías son las medias, de encaje como las mías!» Y el padre se sentó con ella en el sillón, y le puso en los brazos la muñeca de seda y porcelana.

Y en esto me quita él mismo el frac, velis, nolis, y quedo sepultado en una cumplida chaqueta rayada, por la cual sólo asomaba los pies y la cabeza, y cuyas mangas no me permitirían comer probablemente. Dile las gracias: al fin el hombre creía hacerme un obsequio.

Tengo buenas noticias para ti.... Vamos, siéntate, charlaremos un rato. ¿Cómo están por allá? Pasando, ¿no es eso? Mal vamos, hijo; doña Carmen anda mal, muy mal; la ida de esa chiquilla nos va a dar un disgusto. Ya lo sabes: alegría, distracción.... ¿Alegría? , alegría!... En mi casa no puede haber eso.... Pues mira lo que haces. Dile a tu tía Pepa que procure distraer a su hermana.

Hablaré de esto al padre Jacinto para que él hable á mi madre, la convenza de que me conviene y quiero ser monja, y en vista de mi resolución desengañe á D. Casimiro. Desengaña , desde luego, al infeliz D. Carlos. No te niego que le he querido, que le quiero aún; pero no se lo digas. Díle que quiero á otro; que en mi corazón hay un inmenso vacío, donde reinan pavorosas tinieblas.

Te digo estas cosas para que se lo cuentes a ella. Anda, anda, dile todo; no me importa. Veremos lo que hace cuando se le acabe el dinero y no tenga con qué pagar el cuarto en la cárcel. La pondrán en aquellas grandiosas salas, donde podrá pasearse y comer y dormir con aquellas lindas duquesas y baronesas que están allá por hurtos, lesiones y otras gracias. Bien merecido.

Llégate a él y dile: ¿Por qué no emprende usted alguna obra de importancia? ¿Por qué no paga bien a los literatos para que le vendan sus manuscritos? ¡Ay señor! te responderá. Ni hay literatos, ni hay manuscritos, ni quien los lea: no nos traen sino folletitos y novelicas de ciento al cuarto; luego tienen una vanidad, y se dejan pedir... No señor, no. ¿Pero no se vende? ¿Vender?