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Pues como le digo, estaba comiendo, no en la taberna precisamente, sino en una piececita contigua donde suelen servir a los parroquianos que quieren estar solos. Esta habitación tiene una ventanilla al camino, y por ella vi que se detenía un coche de punto frente a la taberna y que bajaba de él ese pintor amiguito de usted... ¿Núñez? , señor.

Es lo que yo digo; pero mi hijo segundo, Vasia, se incomoda. ¡Soy tan feliz oyéndole a usted! Es un gran consuelo para ... Diga usted, ¿mi pobre Sacha no se quejaba nunca de ? ¡Pobrecito! Se figuraba que yo no le quería y, no obstante, créame usted, yo le quería mucho, mucho...

Eso es lo que digo, y he dicho muchas veces. Pero no hay nadie que quiera arriesgar un billete de diez libras por esos fantasmas de que se habla con tanta seguridad.

Y en este momento las señoras están preparando un ponche... con esto le digo todo. ¿Por qué no venía usted nunca a mi casa?... ¡Yolanda!... Es mi hija... ¡Yolanda!... Es la alegría de mi alma... No me oye. Bien decía yo a usted... las puertas no sirven para nada.

Te lo digo yo, Marmitón de los demonios, aunque me pegues añadió encarándose con el gigante ; te lo digo yo, ¡cuartajo!, yo, que tengo buenas pruebas de ser verdad: y te lo digo con el alma y vida. Si quieres creerme, me crees, y si no, peor para ti. ¿No es así, Cura?

Las pronuncian ellos bien, y hacen que en seguida las pronuncie el niño: «escucha bien como yo lo digo; á ver ahora ; mira no pongas los labios de esta manera, no hagas tanto esfuerzo con la lengua» y otras cosas por este tenor. He aquí el precepto al lado del ejemplo, la regla y el modo de practicarla .

Muchas veces, al hablar de Gallardo, «un chico valiente pero con poco arte», miraban temerosos hacia la puerta. Que viene Pepe decían, y la conversación quedaba rota. Entraba Pepe agitando sobre su cabeza el papel de un telegrama. ¿Tienen ustedes noticias de Santander?... Aquí están: Gallardo, dos estocadas dos toros, y en el segundo la oreja. Nada; lo que yo digo: ¡el primer hombre del mundo!

¡Pobre D. Frasquito... cuitado, alma de Dios! exclamó Nina cruzando las manos . Yo me temía que parara en esto... ¡Valiente estantigua! dijo la Juliana . ¿Y a nosotros qué nos importa que ese viejo pintado se chifle o no se chifle? ¿Sabéis lo que os digo? Pues que todo eso proviene de las drogas que se pone en la cara, lo cual que son venenosas y atacan al sentido. Ea, no perdamos el tiempo.

Digo que él salía de San Sebastián. Le vi venir de allá, mirando al reloj de Canseco. Yo estaba en la tienda. El tendero salió a saludarle. D. Carlos me vio; hablamos... ¿Y qué te dijo? Cuéntame qué te dijo. ¡Ah!... Me dijo, me dijo... Preguntome por la señora y por los niños.

Ve a entrevistarte con él, y concierta el duelo para mañana. ¡Nos batiremos a sable! Pero, desdichado, ¿qué harás con un sable? No dudo de tu valor, pero te digo, sin que mis palabras te ofendan, que no tienes la fuerza de Pons. ¡Qué importa eso! Levántate y ve a decirle que tenga a mi disposición su nariz mañana por la mañana.