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Aun estaba en el lecho la pobrecilla. Al verme sonrió tristemente. ¿Ya te vas? murmuró con voz muy trémula. , tía; le contente, abrazándola ya es hora de irnos; ya dieron las seis y me están esperando.... Bueno... vete, y ¡que Dios te bendiga! Escribe luego que puedas. Saludas de nuestra parte al señor Fernández, y a la señorita. Escribe con frecuencia.

Y creyendo el arriero que por ser muchachos no se lo defenderían, quiso quitalles el dinero; mas ellos, poniendo el uno mano a su media espada, y el otro al de las cachas amarillas, le dieron tanto que hacer, que a no salir sus compañeros, sin duda lo pasara mal.

Acercósele, pues, el inocente Villamelón, preocupado por su idea, y después de algunas palabras insignificantes que dieron tiempo a Diógenes para vaciar por dos veces la copa, soltó al fin la pregunta misteriosa mirando a todas partes con cuidado: ¡Hombre, Diógenes!... que conoces a todo el mundo, ¿podrías decirme quién es la familia de Cucurbitáceas?

El furioso ataque sorprendió á éstos sobre manera, é ignorantes del número de sus enemigos y creyendo que los rodeaba el grueso del ejército inglés que se hallaba por aquellos contornos, dieron la señal de retirada, apresurándose á dejar el valle en busca de posición más favorable para la defensa. Los ingleses no pensaron en continuar su ataque ni en perseguirlos.

En que se trata de la junta que hizo Ibitupuá, y asaltos que los suyos dieron en tierra del Perú: del acuerdo del Audiencia de los Charcas, y de un temblor terrible en Lima.

13 la higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dieron olor; levántate, oh compañera mía, hermosa mía, y vente. 14 Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de la escalera, muéstrame tu vista, hazme oír tu voz; porque tu voz es dulce, y tu vista hermosa. 16 Mi amado es mío, y yo suya; el apacienta entre lirios.

CAP. XXXII. De como nos dieron los coraçones de los venados.

Como la comida fue abundante y se habló mucho y sobre muchas cosas, la sesión fue larga y muy entretenida; de modo que cuando don Claudio Fuertes y don Adrián Pérez dieron los últimos latigazos a la última de las respectivas copas que don Alejandro había ido sirviéndoles con el café, era ya muy bien entrada la tarde; a Nieves, ausente del comedor rato hacía, la calzaba su doncella sus brodequines de campo, de fino becerrillo sin teñir, y la brisa seguía fresca y bien entablada, por lo cual no molestaba fuera el calor, aunque el sol lucía sin el estorbo de una sola nube.

Pero lo que él debió más de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron que le derribaron malparado en el suelo.

Las muestras que dieron de estos pocos, le encendió en su corazón un ardiente deseo de poner luego manos á la obra, pareciéndole estas disposiciones muy á propósito para introducir la en gente tan bien inclinada.