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Le sacará á usted hasta el último escudo y se burlará de usted en seguida. ¡Ah, qué discreta sería si olvidase usted esa locura y viviera tranquila!... ¿Para qué le servirían esos millones, veamos? ¿No es usted dichosa y considerada?... ¿qué más ambiciona? En cuanto á su catedral, no hablo de ella, porque es una majadería.

que moriré, mientras ignoro si seré o no dichosa en la vida que elija. Si me caso, preciso será, tarde o temprano, dejar a mi marido; si tengo hijos, también a ellos tendré que darles un eterno adiós... Multiplicar las afecciones es multiplicar las probabilidades de dolor... ¿Para qué buscar causas de sufrimiento?... ¡Ay!... ¿Qué responder a esto?

No creo que mi curiosidad carezca de fundamento, tenga nada de vano ni de pecaminoso; yo mismo siento lo que dice Pepita; yo mismo deseo que mi padre, en su edad provecta, venga a mejor vida, olvide y no renueve las agitaciones y pasiones de su mocedad, y llegue a una vejez tranquila, dichosa y honrada.

Su talento, su bondad, su delicada ternura, me hacen presentir que sería yo dichosa viviendo á su lado. Te lo confesaré.

Aun es dichosa... No se acuerda de nada... pero una descarga hiere sus oídos y cae de nuevo desmayada. ¡Mi padre ya no existe! »Habían pasado tres meses desde aquel día, cuando fueron a buscarme al colegio para llevarme al lado de mi madre. Estaba detenida en una casa de reclusión y yo me presenté a ella entre bayonetas.

Tratábase de que ganara premio en los exámenes, y para esto la niña estuvo por espacio de tres años estudiando una dichosa pieza, que no acababa de dominar nunca. Pieza por la mañana, pieza por tarde y noche. Ballester se la sabía ya de memoria sin perder nota.

Pobre abuela... Siente mi pena a pesar de la calma aparente que ha logrado conquistar. Está triste y pálida y me mira con inquietud... En pocos días ha envejecido muchos años... Y pensar que hubiera querido tanto hacerla dichosa... 16 de abril. He pasado una parte del día leyendo este voluminoso diario, relato de mis deseos y de mis ilusiones y testigo de mi decepción.

Y me levanté de la roca, y con el corazón amargo me volví para encaminarme á la choza de mis padres, por cuya puerta se veía relucir á lo lejos la llama, la alegre y dichosa llama del hogar. Pero de repente, un ruido que sentí á mis espaldas me detuvo. Era ruido de remos. Mi corazón se ensanchó y me volví de nuevo á la roca. Abordó una barca y de ella saltó un hombre. ¿Estás ahí, muchacha? dijo.

PANTOJA. No a qué guardas reservas conmigo, sabiendo lo que me interesa tu existencia, tu felicidad... Pues si le interesa mi felicidad, alégrese conmigo: soy muy dichosa. PANTOJA. Dichosa hoy. ¿Y mañana? ELECTRA. Mañana más... Y siempre más, siempre lo mismo.

El conde, regocijado con la mejoría de la niña, se mostraba expansivo y más locuaz que de costumbre, sin poder ocultar la felicidad que le embargaba, pensando que todo estaba arreglado a medida de sus deseos. Josefina dichosa al lado de su madre; él dichoso al lado de Fernanda; Amalia resignada y tributándole siempre un cariño dulce y cada día más acendrado.