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A la vuelta de Poniente, á la parte del campo de los turcos, acerca de la mezquita que se ha dicho, estaba el capitán D. Juan de Castilla con su compañía de coseletes, que tenía hasta 70 ú 80 soldados, y recelándose el dicho capitán D. Juan que podía ser roto de la parte de la marina, de los caballos, envió 12 soldados del cuerpo de guardia, con su cabo de escuadra, que estuviesen en la dicha mezquita, porque allí descubrían á todas partes, y dióles orden que avisasen siempre de lo que viesen hacer á los turcos; y si los apretasen mucho, que escaramuzando se retirasen con buena orden hacia donde él quedaba, que con el resto de su compañía saldrían á dalles socorro.

Y aunque la viera, tía, aunque la viera... Doña Lupe se inquietó un poco oyendo esta frase, dicha con cierto sentido de tenacidad maniática. Pero Maximiliano se apresuró a tranquilizarla con otro argumento: «¿Pero no observa usted lo cuerdo que estoy? Si no me he visto nunca así, ni en mis mejores tiempos... Ya quisieran todos...».

Los adioses á la vida, á la dicha y al amor se escapaban de sus labios en frases desgarradoras y melodiosas.

Y me digo: «¡Mejor! ¡Mejor! ¡Que se apene! ¡Que padezca! ¡Eso será señal de que me quiere y piensa en miPerdóname. El amor es egoísta. Deseamos la dicha de la persona amada, y, sin embargo, nos complace que padezca y llore como nosotros. ¿Verdad que estás triste, y que hasta tienes ganas de llorar, porque no estoy allí, a tu lado, y no me ves, ni oyes mi voz?

Ni una leve ondulación había turbado la tranquila superficie del lago de aquel día, ni una sombra había venido a oscuraecer los perdurables recuerdos que debía dejar en su memoria. Leoville entró en su casa, casi asustado de tanta dicha, tratando vanamente de adivinar de dónde podría venir la primera nube capaz de empañar el cielo radiante de su felicidad.

En cuanto á Mauricio y Herminia, sus sensaciones y sus aspiraciones eran en un todo semejantes, pues cada uno de ellos se ocupaba únicamente del otro y ambos soñaban con la dicha de volverse á ver.

Refiere Gomez Bravo haber visto en el claustro de la parroquia mozárabe de S. Sebastian de Toledo un epitáfio de un cristiano de Córdoba que huyó á dicha ciudad por estos tiempos, concebido de la manera siguiente: In nomine Domini Jesu-Christi Vir bonus, et gratus, Vicinus, merigeratus Dominicus Joannes

Deseaban ciertos mozos recibir el Pan de los Ángeles; mas el Padre les dió á entender que no se lo concedería jamás si primero no corregían y enmendaban cierta libertad que tenía algún resabio de gentilismo; ellos, sin otra diligencia, obedecieron luego; y aunque les costaba no poco, se enmendaron totalmente de la dicha costumbre.

Alfonso, su esposa y su hijita Julia acaban de llegar; me encuentro perfectamente retratada en la cara de Julia. ¡Qué dicha tan grande es la de vernos revivir y florecer de nuevo, cuando nos sentimos decrecer y perder la flor de la juventud! Es verdaderamente lo que era yo a su edad, ¡yo misma, en mi inocencia y en la apacible edad primera!

Y siéndolo leida esta declaracion, dijo: no tener mas que decir, añadir ni quitar á lo que lleva declarado; y que esta es la verdad, cargo del juramento lo que lleva hecho. En el que se afirmó y ratificó, y firmó junto con migo en dicha plaza, mes y año. Fermin Villagran. José Maria Prieto.